Es un agrado reencontrar la ágil y atractiva producción del régisseur italiano Fabio Sparvoli. Aclamada unánimemente por la crítica en su estreno (2008), y exportada con éxito a Montevideo y Lima -en esta última con Juan Diego Flórez como Almaviva-, vuelve al Teatro Municipal a cargo de Rodrigo Navarrete, asistente de Sparvoli en ocasiones anteriores.
Su vigencia es completa. La vitalidad de la concepción y el torrente de ingenio escénico borran todo rasgo estático. Su dinamismo se extiende a la escenografía (Giorgio Ricchelli), única, pero también en constante movimiento: su estructura casi en esbozo, abierta y transparente, muestra las acciones en la calle simultáneamente con aquellas siempre en curso en los rincones interiores de la casa de Don Bartolo. Los detalles y originalidades son tantos, que quizá no baste una sola función para detectarlos. Por ejemplo, el ataque cardíaco que sufre el loro del tutor y su jocosa terapia de reanimación ya estaban en 2008, pero no lo recordábamos.
La certera iluminación de José Luis Fiorruccio va guiando la mirada hacia el centro de la trama, y en algunos momentos (como el deslizarse de las siluetas en negro contra fondos de cambiantes colores) cobra protagonismo plástico. El bien logrado vestuario (Simona Morresi) está en armónica comunión con una régie que, con la participación activa de simpáticos figurantes-utileros, tiene mucho de coreografía, plena de buen gusto y energía.
En lo musical, despertaba curiosidad la aproximación del director Konstantin Chudovsky a este repertorio italiano belcantista, al que podía prejuzgárselo algo lejano. Nada de eso: el joven ruso se compenetra alegremente del mundo rossiniano, con interesantes matices personales en cuanto a dinámicas orquestales, de volumen y de tempi (una pausada cavatina ecco ridente ). Más aun, él mismo participa en el espectáculo, con momentos de interacción actoral con la escena (¡él acompaña a Almaviva con la guitarra en su canzone "Se il mio nome"!) y, como en siglos idos, asume el acompañamiento en clavecín.
Entre las voces, resalta por su imponente volumen, proyección y color el Don Basilio del bajo ruso Ievgen Orlov. Ketevan Kemoklidze (Rosina) es una excelente mezzo de ágil coloratura y bello timbre, además de una graciosa desenvoltura actoral. El barítono Rodion Pogossov tiene todo el material para ser un Fígaro excepcional, que probablemente irá desplegando mayor carisma y picardía en las siguientes funciones. Es un privilegio ver el Don Bartolo del gran bajo bufo Bruno Praticó, con una interpretación llena de sutilezas, fruto de una experiencia recogida en todos los escenarios del mundo, y que le permite sortear las terribles dificultades (no siempre advertidas por el público) de su aria "A un Dottor". Algo inhibido, el Conde Almaviva del tenor estadounidense Kenneth Tarver, ocasionalmente irregular en la emisión, en especial en el tercio agudo.
La soprano chilena Daniela Ezquerra responde con solidez en su arietta y en los concertados, en el ingrato rol de Berta, con poco lucimiento y muchas exigencias que, fuera de la intérprete, pocos advierten. Como es tradición del Municipal, muy correctos los comprimarios chilenos Ramiro Maturana y Carlos Guzmán (Fiorello y Sargento).
Quienes no vieron esta producción en 2008, no deben perderse esta reposición.