Allí arriba, por sobre los dos mil metros de altura, en el valle del Elqui, la naturaleza aún no parece estar domesticada. Es un desierto de rocas y quebradas, interrumpido por espinos. Me cuentan que se ven cóndores y zorros cazando unos ratones de cola como de pompón, conocidos como degus. Y también que hay fuerzas poderosas, que hacen que los motores de los autos se detengan. En medio de ese paisaje y bajo esa energía, también hay viñedos. Los de la familia Flaño, plantados desde el año 2005.
Los Flaño nunca habían hecho vino. Recién se les ocurrió en 2004, cuando un amigo alemán les dijo que sería bueno beber un buen Amarone nacido en el Elqui. Eso prendió la mecha para que comenzaran a pensar en plantar allí vinos de uvas viníferas, algo que nadie había hecho antes allí, a esa altura, por encima de los 1.800 metros y llegando a los 2.200.
"Las uvas para pisco del valle son famosas por sus aromas. Nosotros pensamos que no debiera ser muy diferente con las uvas para vino", dice Patricio Flaño, hoy a cargo del proyecto Viñedos de Alcohuaz.
Las viñas se diseminan por los alrededores de Alcohuaz, un pequeño poblado casi al final del valle del Elqui. Los viñedos están plantados en laderas, algunas de inclinaciones imposibles, cayendo al río Elqui.
Son siete pequeños viñedos que en total suman unas 16 hectáreas, la mayor parte de las cuales va para la viña De Martino. Los aficionados al syrah recordarán el Single Vineyard Alto Los Toros de De Martino. Pues bien, ese vino viene de los viñedos de los Flaño, a 1.800 de altura. Pero hay más.
Marcelo Retamal, que es enólogo de De Martino y que además es socio en este proyecto, me cuenta que el punto central en el lugar es el sol, que quizás es el clima el que más importa aquí, más incluso que el suelo. "Mi hipótesis es que en zonas más cerca del cielo, es el clima el que tiene un mayor efecto. El suelo es muy poco fértil, no nos da muchas hojas para cubrir los racimos del sol, por eso tener un viñedo equilibrado en este clima es lo más importante", agrega Retamal, mientras recorremos las viñas. "Aquí hay 60 días nublados, 5 de lluvia y trescientos de sol", agrega Retamal.
Junto a los viñedos, los Flaño construyen una bodega de piedra, con lagares para pisar la uva. También una cueva horadada en las rocas en donde esperan guardar las cosechas de sus vinos. Todo pensado para que la producción sea lo más artesanal posible.
El resultado, por el momento, es solo un vino en base a syrah de cosecha 2011 que recién saldrá a fines del próximo año al mercado. El tinto se siente delicioso, suave, amable, rico en sabores frutales, en especias. Un vino que se bebe fácil, pero que además tiene capas de sabores.
Los Flaño, sin embargo, no son los únicos que se están aventurando en las alturas de Los Andes. La viña Tabalí también lo está haciendo en Hurtado, a más de 1.800 metros arriba en la cordillera.
El EmprendimientoEn Hurtado. Río Hurtado se encuentra a unos 70 kilómetros al sureste de La Serena; en auto, se trata de un camino sinuoso internándose en el norte más profundo; pequeños pueblos arrimados al cauce del río, la única fuente de verdor en medio del paisaje árido y rocoso de este zona del Limarí.
Tabalí llegó al lugar en el año 2010, cuando el gerente agrícola de la viña descubrió que había un campo a la venta. La idea original era usarlo para nogales, pero el equipo vitivinícola de Tabalí -integrado por el viticultor Héctor Rojas y por el enólogo Felipe Müller- pensó en estirar las fronteras de sus viñedos. "Nos pareció muy atractivo tener también la posibilidad de cultivar la viña en esa zona, puesto que ya teníamos junto al mar, en Talinay, y más adentro en los viñedos originales de Tabalí", dice Müller, mientras caminamos por los viñedos de Hurtado, un puñado de hectáreas en donde han plantado once tipos distintos de cepas, ensayando para ver qué funciona.
La primera cosecha de esas ocho hectáreas fue este año. Y con esos primeros y muy preliminares resultados, Müller se ha hecho una idea de lo que podría funcionar. "El temor que teníamos era que, producto del sol, los sabores de las uvas fueran muy maduros, a pasas, pero no fue así. Decidimos plantar una ladera que mira al oriente y que recibe el sol toda la mañana, pero en la tarde queda en sombra y eso ha hecho que la irradiación sea menor".
Esta primera vinificación les ha dado muy bueno resultados con el cabernet sauvignon, un tinto de gran estructura y a la vez de aromas a frutas rojas nítidas y frescas. También el carmenere les ha sorprendido. "No tiene las notas típicas de la cepa, que van por el lado de los aromas verdes, pero sí mucha fruta roja y especias", dice Müller. Y también el malbec ha sido todo un hallazgo, un vino que parece un sorbete de guindas, una delicia que habla de la vocación del malbec por las alturas, como ya se ha probado de sobra en Argentina.
Müller espera tener más experiencia para sacar conclusiones más sólidas. Por el momento sueña con hacer solo un vino de Hurtado, un tinto que mezcle las mejores cepas que se den en el lugar. Eso, claro, no sucederá sino hasta varios años más. Lo que queda es esperar y también seguir de cerca estos nuevos emprendimientos en la alta montaña de los Andes, un sector que había sido dejado algo de lado. Los faldeos cordilleranos abren una nueva y alucinante fuente de sabores para el vino chileno. Estén atentos.