Y ahí estoy, con los ojos vendados, esperando a que los miembros "de número" de la Cofradía del Mérito Vitivinícola me acepten entre sus pares, todos ilustres personajes de la escena de vinos de Chile, vestidos con capas color café con leche y sombreros negros, muy parecidos a los de un huaso elegante.
La idea -nos la han explicado a los cuatro postulantes que estamos allí- es que todos los miembros tienen que estar de acuerdo. Si hay uno que no lo esté, te vas para la casa. Eso, claro, es improbable. Parte del rito es pasar por la aprobación -a mano alzada- de los miembros de la Cofradía. Pero es solo eso: un rito, una tradición.
De todas formas, allí, con los ojos vendados, fantaseo con la idea de que alguien no levante la mano. ¿Es que habrá alguien en desacuerdo con que me entronicen a mí, un tipo que, a pesar de tener 44 años, es el más joven jamás admitido en la Cofradía? ¿O tal vez alguien aún estará enojado por alguna barbaridad que dije o que escribí?
La Cofradía al Mérito Vitivinícola tiene sus ritos, que a su vez se inspiran en los cientos de cofradías que hay en el mundo, sobre todo en el Viejo Mundo. Alrededor de un producto que puede ser el vino o el aceite de oliva o el queso gruyere, un grupo de apasionados se une con la intención no solo de destacar y disfrutar sus cualidades, sino que también de difundirlas. El vino es un pretexto para juntarse, para comer y beber bien, pero al mismo tiempo es un vehículo, una pasión de cófrades.
Esta hermandad chilena nació hace veinte años, el 30 de diciembre de 1933. "La cofradía nació por la necesidad de tener una instancia que pudiese ser considerada como un alto tribunal de honor y conocimiento para el vino chileno, para velar por su autenticidad, calidad e imagen; una respuesta a los vacíos que no se ocupan ni la legislación ni los gremios. Su nombre, se debe a que fue conformada por aquellos enólogos que habían sido reconocidos por sus pares, con el Premio al Mérito Vitivinícola", me explica Pablo Morandé, actual presidente de la Cofradía.
Esos enólogos, premiados por sus pares anualmente, son los miembros de número, los que pueden votar, los que toman decisiones. Luego, vienen los miembros "honorarios" que -según los estatutos de la cofradía- son aquellos cuyos relevantes antecedentes trascendieron a la comunidad enológica. Y los miembros correspondientes, que también son gente relevante del mundo del vino, pero en este caso, casi siempre extranjeros.
Aunque cuando partió la Cofradía solo estaba conformada por los ganadores del premio al mérito (que hacia 1993 eran 20), poco a poco se ha ido abriendo, hasta contar actualmente con ochenta y dos miembros que se juntan cuatro o cinco veces al año a hablar de vinos, a beberlos, y también a discutir de los problemas actuales del vino chileno. "Hoy es el mayor colectivo de conocimiento, experiencia, sabiduría y respeto por el vino chileno, como no hay otro en el país. A eso se suma una mirada de horizonte amplio, dada por la diversidad de profesiones de sus miembros honorarios. De esta forma, creo que su papel debe ser como un faro de sabiduría que señale los caminos del vino", dice Morandé.
Las reuniones son siempre interesantes. En la tertulia de los vinos viejos, los cófrades prueban y evalúan vinos de sus años, para responder a una pregunta crucial en el vino chileno: ¿Son nuestros tintos capaces de envejecer? También hay una reunión para catar la nueva cosecha y la ceremonia anual de entronización, pero quizás la más trascendental es la que ocurrió por primera vez, el año pasado: La Jornada de Reflexión del Vino Chileno.
Este año se va a hacer nuevamente y el presidente Morandé ha lanzado al ruedo algunas preguntas que hoy son clave en la industria, aunque nosotros como consumidores apenas las podamos notar. Preguntas como: ¿Por qué nuestro vino parece sobrar en el mercado internacional?¿Por qué algunos medios influyentes en el mundo menosprecian nuestra calidad?¿Por qué se plantan viñedos si no serán sustentables económicamente? ¿Seremos siempre las 3B del vino en el mundo? ¿Cuál es el vino auténticamente chileno?
Pensar el asunto en momentos de crisis y dar soluciones es, a todas luces, la mayor ambición de la cofradía. Y también, claro, dejar en un segundo plano la imagen de estos señores con poncho, muy circunspectos, respetando rituales casi medievales. La Cofradía, como algo más que un mero decorado en la escena de vinos chilena.
Y para eso es una buena idea invitar como miembros a periodistas, para que hablen de lo que sucede. Y lo que sucede, al menos para mí hasta ahora, es que finalmente me sacan la venda y veo, con algo de alivio, que todos los miembros de número tienen su mano alzada y que incluso algunos hasta me sonríen. Espero que lo sigan haciendo.