El mejor lugar para una botella de vino, su "hábitat" natural, siempre será la mesa, junto a la comida. Y mejor si la comida es buena y el vino está a la altura. Pero a veces uno, como consumidor, quiere algo más. Saber algo más de lo que está bebiendo, ir a las fuentes.
Las "fuentes" en el tema vitivinícola están en el campo, entre viñedos, dentro de bodegas. Y hoy, a medida que el enoturismo se ha desarrollado en Chile, la idea de visitar viñas se ha convertido en un panorama habitual para los consumidores, un día de campo, de beber, de estirar las piernas, de comer alguna cosa y, también claro, de aprender.
¿Pero qué es lo que uno debiera esperar de una visita a una viña? ¿Cuáles son los tips para sacarle mejor provecho? Y, claro, ¿cuáles son los hábitos de conducta que uno debiera seguir? Aquí una guía.
Pellizcando la uva
El tour clásico a una viña comprende, primero, visita a la bodega. Para los iniciados, ver esa cantidad de tanques de acero inoxidable, complejas maquinarias de vinificación y muchas, muchas barricas, puede ser todo un descubrimiento; la entrada a un mundo desconocido, lleno de tecnología al servicio del vino. Para quienes hayan visitado una viña más de una vez, sin embargo, estarán de acuerdo conmigo en que todas las bodegas se parecen, tienen la misma maquinaria y las mismas barricas. Y aunque los aromas que nacen de esos tanques y de esas barricas nunca dejan de ser cautivadores (y hacen que a uno le den ganas de que la cata comience pronto) la verdad es que todo este aparataje tecnológico es algo monótono. Se vio una bodega y ya se vieron todas.
Muy distinto es cuando el tour comienza en el orden lógico de producción: el viñedo. Y aunque para un ojo no entrenado, todas esas hileras de parras se parecen, el secreto de esa parte del tour está en que uno puede caminar entre ellas y probar o pellizcar la uva, si prefieren. No es mal visto. Obvien por un segundo la charla del guía y tomen un par de granos de uva. En esta época, los tintos ya estarán pintando (coloreándose) y aunque puede que las uvas les resulten algo ácidas, verán lo buenas que son. Nada de vergüenza. Estarán probando el vino en su génesis. Ideal si preguntan de qué cepa es lo que prueban y mejor si pueden probar dos o más cepas distintas.
Al pie de la vaca
Ojo que no quiero que se queden con una mala impresión. Ver tanques y moledoras de uvas, una y cien veces, es algo aburrido. En el rubro, hasta los mismos dueños de viñas se apuran cuando dan el tour profesional y es normal que a uno le digan, entre cientos de barricas, que "vamos mejor rápido que es seguro que has visto cientos de bodegas iguales". Es cierto. Yo he perdido la cuenta de las veces que he visitado bodegas; sin embargo, hay un pequeño detalle que no me gustaría que pasaran por alto en estas instancias: la cata.
La cata no sólo se hace en el mesón de los turistas o en la sala que algunas bodegas tienen para tales menesteres, sino que también se hace en las bodegas, con vinos -digamos- crudos, aún no listos. Desde los tanques de acero o incluso desde las barricas, algunas viñas ofrecen una probada de aquellos vinos que aún necesitan tiempo en botella para salir al mercado. No está de más decir que ésta no sólo es una oportunidad entretenida, sino que también de gran aprendizaje; uno puede palpar el vino antes de que llegue a la estantería, mucho antes -a veces años- antes de que uno mismo lo descorche en su casa.
La cata
La visita a la viña termina con la degustación de los vinos. Por lo general, una degustación de los vinos básicos está incluida en el precio que se pagó al comienzo o bien es gratuita. Este momento es la oportunidad para preguntar todo lo que uno puede. Aunque el guía no siempre está tan preparado como para enfrentar las interrogantes de un consumidor experto, sí es una buena fuente de información que hay que aprovechar. También, no se pierde nada pidiendo probar algo más alto en el catálogo de la viña, siempre y cuando no haya que pagar la botella completa por sólo un sorbo.
En la cata, que se supone es más o menos técnica, no es necesario seguir los códigos de la cata profesional. La verdad es que rara vez hay que seguir los códigos de la cata profesional: eso de estar casi en un laboratorio, en estado zen para echarse un sorbo a la boca. Tonteras. El vino se bebe con olores varios, especialmente de comida. Sin embargo, es bueno escupir el vino y también será bien visto hacer todas esas gárgaras y ruidos desopilantes que usualmente los que nos dedicamos a esto tenemos la mala costumbre de hacer. Pero también pueden tomar el camino sano: beberlos y ya. Nadie los va a echar de ahí.
Una buena muestra de urbanidad, sobre todo si la visita ha sido gratis, es comprar algunas botellas. A veces, el precio es levemente más conveniente. Pero también siempre las cosechas más recientes están en la viña (y también más antiguas), y esa es una oportunidad que no hay que dejar pasar. Más allá de eso, no deja de ser un bonito detalle el agradecer el tiempo comprando algunas muestras. Esta recomendación es obligatoria si la bodega es pequeña.
¿Una, dos, tres, cuatro?
Para el turista común y corriente, que llega a Colchagua o que anda por la Quinta Región, es probable que la idea de visitar una viña en un día sea más que suficiente, sobre todo si se anda con toda la familia. Hace años, la idea de viajar y visitar sólo una bodega por jornada me habría parecido un despropósito, pero a medida que me pongo más viejo, he ido bajando el número de visitas por día. Hoy estoy en tres. Antes, cinco era lo usual, corriendo como malo de la cabeza.
Entonces, si entre ustedes hay verdaderos amantes del vino, pero turistas de corazón, creo que el mejor consejo es organizar un día de visitas con dos viñas. La primera, que incluya la visita propiamente tal y luego el almuerzo en la propia viña. Y la segunda, en la tarde, ojalá después de una pequeña siesta en los mismos campos de la viña número 1. Lo de la siesta no es un dato menor. Ténganlo en cuenta. El vino, entre muchas otras cosas, da sueño.