Los mitos -se ha dicho- desarrollan una historia en torno a un símbolo, esto es, aquello que manifiesta algo que el ser humano vivencia, pero no le resulta expresable mediante el lenguaje sólo racional. También la música tiene esta facultad. Unida ésta a un mito como Don Juan -patrimonio común de la cultura occidental desde el siglo XVII- en una ópera genial, dirá algo a cada quien, con matices no reductibles a una fórmula única, definitiva y válida para todos y en todo tiempo. ¿Tendría acaso interés permanente una reconstrucción histórica sin más de la Sevilla de Miguel Mañara, si efectivamente él inspiró a Tirso y demás en la exploración de Don Juan?
Revelando una faceta novedosa de este tema inagotable, el régisseur italiano Pier Francesco Maestrini superpone Drácula a Don Giovanni, mostrando interesantes analogías. La fórmula funciona. No se trata de un capricho para provocar al público, ni de traslado a algún lugar o tiempo arbitrario por afán de modernizar a toda costa: es un elaborado análisis que abunda en aciertos y aproximaciones (algunas explicadas en el programa de sala) inspiradas por el ensayo "Drácula, el doble de Don Giovanni", del afamado Alessandro Baricco.
La estética general, lúgubre y sombría, es atractiva y apropiada: la acción nocturna -"Don Giovanni y Drácula prosperan en la oscuridad"- no compromete el interés escénico. Precisamente la iluminación (José Luis Fiorruccio) y el colorido y acertado vestuario (Luca Dall'Alpi) son claves para resaltar el drama y sus personajes, que sobresalen de entre la atmósfera nebulosa en sugerente contraste. La escenografía de Juan Guillermo Nova, con monumentales columnas y estatuas en un escenario proyectado en profundidad, crea una sensación de amplitud pocas veces observada. ¿Alusión al Más Allá?
Los logros no están sólo en la escena. Rodolfo Fischer, gran valor nacional con trayectoria internacional, dirige con imperiosa seguridad -sin leer la partitura-, con inteligente riqueza de matices, tempi vivaces e intensidad que retiene constantemente la atención. Perfecto el manejo de los complicadísimos concertati y del siempre asombroso septeto que cierra el primer acto. Correcto el coro, al que la obra asigna sólo una función secundaria.
Vocalmente, todos los protagonistas de primer nivel. Muy lograda la personificación Drácula-Don Giovanni del joven bajo-barítono lituano Kostas Smoriginas, con una interpretación admirablemente madura para su primer Burlador. Excelente material, de emisión ágil y clara, augura una pronta consagración. En la ucraniana Olga Mykytenko -estupenda Doña Ana-, de voz con peso y volumen, especialmente en el tercio agudo, germina una soprano dramática. La incansable Doña Elvira, la italiana Serena Farnocchia, es una soprano de bello timbre y emisión delicada, que alcanza momentos soberbios en los piani . Memorable en Ah, chi mi dice mai , con certeros acentos propios. El tenor mexicano-alemán Emilio Pons, con grato timbre, emisión suave y ágil, entrega un buen Don Octavio y sale victorioso de la difícil aria Il mio tesoro . El bajo ruso Sergej Artamonov domina las no siempre advertidas complejidades vocales de Leporello, cubre con facilidad toda la tesitura del rol, es sonoro en las profundidades y potente en los agudos. Como el celoso Masetto, el argentino Christian Peregrino exhibe cómoda soltura. La chilena Catalina Bertucci, con voz bella y vivaz, es una correcta Zerlina. En su breve pero grandiosa escena final -desde un palco lateral a la orquesta-, el ruso Alexey Tikhomirov es un imponente y solemne Comendador.