Jorge Correa Sutil
El Presidente, en una entrevista del domingo pasado, dibujó su gobierno como un gran barco, con rumbo claro, timón firme, velas desplegadas y motores funcionando; sólo que con una tripulación ruidosa y algo conflictiva . En el plano político, me resulta harto difícil ver esa imagen.
Percibo, en cambio, una nave debilitada por la impopularidad, que anduvo meses sin saber cómo enfrentar la mar gruesa de las calles y que al iniciar este año toma rumbos que hacen imposible reconocer un trazado. El verano político mostró a un capitán escribiendo, borrando y reescribiendo la carta de navegación política. Lo que provocó el ruido de su tripulación, del que ahora se queja, no fue otra cosa que su propia partida en falso.
¿Para qué inició el Presidente el año convocando a sus cuatro antecesores? ¿No puso él mismo en esa agenda de reuniones el tema del sistema político? ¿Alguien podía pensar que cada uno de los cuatro ex Presidentes no iba a poner en el primer lugar de la conversación la necesidad de cambiar el binominal? El Mandatario inició entonces el año político tal como él decidió: poniéndose el traje de Jefe de Estado, apelando a la continuidad histórica para, no podríamos entenderlo de otra manera, tomar el impulso que requería hacer el viraje e izar las velas en dirección a las reformas políticas. Esa maniobra necesariamente haría crujir las maderas de su propia coalición.
El Presidente se arrepintió del camino insinuado y dijo que priorizaba la reforma tributaria. Sólo que su arrepentimiento no fue completo y al día siguiente dejó la puerta abierta a las reformas electorales, a condición de un acuerdo entre las fuerzas políticas. La directiva de su partido recogió el guante y firmó un primer y significativo acuerdo que venía negociando con sigilo. El Presidente de la República, lejos de tomar ese impulso como una oportunidad inmejorable para presionar a la parte de su tripulación que se opone a los cambios, bajó hasta el suelo las velas que él mismo había ordenado izar, para que no siguiera la crujidera de tablas.
¿No sabía el Presidente de la República que al convocar a los ex mandatarios, e iniciar así un camino de acercamiento con la oposición en el tema de las reformas políticas, sería fuertemente resistido por la UDI? ¿Para qué dejó una puerta abierta a acuerdos si sabía de antemano que los únicos posibles en esta materia requieren marginar a quienes resisten esos cambios? ¿No conocía ya en carne propia el Mandatario la dureza de la UDI cuando se siente amenazada? ¿Acaso crujió su barco un ápice menos de lo que cualquiera podía prever, si se le ponía en la dirección en que él personalmente lo puso? ¿Para qué dice ahora que el acuerdo debe partir por su coalición si sabe perfectamente que la mitad de su tripulación se resiste a ese viaje? ¿Cómo va a presionar a los que no quieren el acuerdo si deshizo indecorosamente su camino al primer ruido que oyó en cubierta?
El Presidente ya aprendió el 2011 que cuando no pone un rumbo desafiante a la población, y acorde a las mareas de los tiempos, los temas y en parte la dirección del barco la deciden otros. Ahora experimentó que hay algo aún peor: exhibir, desde su altura, una agenda titubeante. En política no hay vacíos y los espacios que unos dejan los llenan otros. Ayer fueron los estudiantes, hoy los partidos de su coalición. Aunque por caminos distintos, unos y otros ya saben cómo llegar al puente de mando.
Los gobiernos no izan sus velas, ni son en verdad grandes, si no tienen rumbo claro. Ciertamente las reformas que quiso insinuar el Presidente al reunirse con sus antecesores no estaban en su programa, pero suelen ser las circunstancias -las mareas y los vientos- las que abren oportunidades que cambian el destino de los viajes y, de paso, prueban la muñeca y a veces hasta miden la grandeza de los capitanes.