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Editorial
Lunes 15 de diciembre de 2025
Kast, sentido de un triunfo histórico
La magnitud del triunfo logrado por Kast es también la medida del fracaso del actual gobierno. Con torpeza política, el Presidente Boric ayudó a poner esto en evidencia.
La nueva administración deberá saber equilibrar la fidelidad a sus promesas de cambio con dosis importantes de flexibilidad y apertura, y un profundo sentido de realidad.
Con el amplísimo triunfo conseguido ayer por José Antonio Kast —quien se transforma así en el Presidente más votado de la historia de Chile—, el país cierra el ciclo desestabilizador que se iniciara en octubre de 2019. Si el plebiscito constitucional de 2022 —hoy, el gran parteaguas de nuestra política— plasmó el abrumador rechazo ciudadano al proyecto octubrista, ahora los chilenos han escogido como su próximo mandatario al dirigente que quizás con más dureza se opuso a aquella deriva desquiciada, incluso en los momentos en que esta gozaba de extendida popularidad. Por eso, el eslogan “Kast tenía razón”, subyacente a todo su planteamiento, les hizo sentido a ciudadanos hastiados con la inseguridad, la violencia y el estancamiento económico.
Tal fue el mérito de una campaña que disciplinadamente se centró en esos ejes, proponiendo un “gobierno de emergencia” para abordarlos y evitando distraerse en otras materias, por legítimas que pudieran ser. De este modo, el intento por descalificar su opción como una de “ultraderecha” —irónicamente sostenido por quienes apoyaban una candidatura comunista— no solo se reveló falaz, sino que careció de mínima eficacia electoral. Porque si el temor a un gobierno de Kast pudo servir en 2021 para movilizar a la izquierda y permitir el triunfo de Gabriel Boric, esta vez las cosas se revirtieron y fue el pobre balance de la actual administración uno de los factores decisivos que impulsaron la victoria del candidato republicano, su más enconado opositor.
En efecto, la magnitud del triunfo logrado por Kast es también la medida del fracaso del actual gobierno. Con torpeza política, el Presidente Boric ayudó a poner esto en evidencia. Al intervenir abiertamente en la campaña, usando incluso la cadena nacional por la Ley de Presupuestos, contribuyó a hacer de esta elección un plebiscito respecto de su propia gestión. Y poco era lo que podía ahí presentar un gobierno que, si por una parte ha dejado sumidas en la frustración a sus bases más ideologizadas —aquellas que llegaron a ilusionarse con las promesas refundacionales—, por otra —y mucho más grave— demostró incapacidad para resolver los problemas ciudadanos, desde el avance del crimen organizado a las listas de espera en salud o la emergencia laboral, por nombrar algunos. Enfrentada a esa carga, sumada al peso de su propia militancia comunista, la postulante del oficialismo, Jeannette Jara, ensayó todo tipo de estrategias, desde la carta del carisma a la de la agresividad, y diluyó su discurso a niveles extremos, sometiendo su programa a una completa metamorfosis, sin más resultado que debilitar su credibilidad. Pero el fracaso es también de los partidos tradicionales de centroizquierda, que durante la última década abdicaron de su propio legado para abrazarse con la izquierda más dura. Hoy, minimizados electoralmente y carentes de proyecto, pagan las consecuencias de esa apuesta.
Precisamente porque el desencanto y el rechazo al Gobierno jugaron un papel determinante, debe tenerse claro que los más de siete millones de sufragios conseguidos por José Antonio Kast no representan una adhesión al proyecto político del Partido Republicano. Al contrario, la mayoría que instala en La Moneda a Kast se construyó durante la campaña de segunda vuelta sumando las diferentes vertientes opositoras e incluso los gestos de figuras históricas de la centroizquierda, como el expresidente Frei. El gobierno que asumirá en marzo deberá ser consecuente con esa realidad, equilibrando la fidelidad a sus promesas de cambio con dosis importantes de flexibilidad y apertura, y un profundo sentido de realidad. Ello tendrá que expresarse también en la conformación de sus equipos, de modo tal que reflejen la pluralidad de fuerzas que ha llevado a Kast al triunfo, junto con aportar excelencia técnica y experiencia. La magnitud de los problemas que el país enfrenta y las expectativas generadas no admiten espacio para partidas fallidas y errores no forzados. Los seis primeros meses de la administración Boric, en que esta dilapidó el capital político con el que había llegado al poder, constituyen el mejor ejemplo de lo que no puede repetirse.
Más aún considerando que el próximo período gubernamental será especialmente complejo, tanto por el estado en que se recibirá el país como porque carecerá de mayorías en el Congreso, un resultado de la incapacidad opositora para haber articulado inteligentemente sus listas parlamentarias, y que la dejó sin representación en ciertos lugares, pese a que —como quedó claro en la votación de ayer— hoy es mayoría en todas las regiones. Es de esperar que la voluntad de diálogo expresada por el Presidente electo en su discurso de anoche se refleje en sus acciones como gobernante, pero además encuentre una respuesta de altura en sus adversarios. Porque, como lo demostró el hoy recordado período de los 30 años, el éxito del país depende no solo de las capacidades de un gobierno, sino también —y de modo crucial— de la disposición de quienes sean sus opositores.
Esa es, justamente, una de las preguntas que hoy están abiertas. Desde el retorno a la democracia, las dos veces en que la centroizquierda y la izquierda han quedado fuera del poder, su reacción ha sido endurecerse tanto desde el punto de vista ideológico como en su estilo político, hasta llegar a la experiencia de 2019, cuando incurrieron en la más abierta deslealtad para con las instituciones democráticas, incluso buscando la caída del expresidente Piñera. ¿Será este sector político capaz ahora de reflexionar críticamente sobre sus propias conductas? ¿Entenderá que fue esa radicalización la que lo alejó del sentido común ciudadano y lo llevó a sufrir ayer una derrota histórica? ¿O, por el contrario, prevalecerán las posturas termocéfalas que atribuyen lo ocurrido no a un exceso, sino a la falta de aún mayores dosis de ideologismo e intolerancia? De modo anecdótico, el dilema quedó reflejado en el discurso de Jeannette Jara anoche a sus partidarios, cuando por un lado ella se comprometía con las vías institucionales y el rechazo a la violencia, mientras sus adherentes lanzaban los peores insultos contra Kast.
Pero si bien ese contraste puede resultar inquietante, debe reconocerse que la jornada del domingo también ofreció episodios esperanzadores. El temprano reconocimiento de su derrota por parte de la misma Jara y la reunión con su adversario, así como el diálogo telefónico entre el Presidente Boric y el Presidente electo Kast, y las respetuosas palabras que este luego, en su discurso, le dedicó a la abanderada comunista, fueron todas muestras de la persistencia de un espíritu republicano que enaltece nuestra política y que, hoy por hoy, dista de ser moneda corriente en el mundo.