Señor Director:

Agradezco a Juan Ignacio Brito sus precisiones. Dos planteamientos destacan en su carta de ayer que deben motivar reflexiones y críticas.

Partamos con sus críticas al liberalismo. Aunque muchas de ellas las comparto, es un exceso sostener que “los liberales en todas partes (…) son parte del problema”. Las últimas décadas en Chile y el mundo dan cuenta de un sostenido bienestar, y si es que hay “un pueblo olvidado”, es precisamente porque este no le ha alcanzado aún. Desde luego, ese bienestar no es exclusivamente material, sino que abarca una amplia gama de bienes que componen el desarrollo humano. El proyecto liberal, con todos sus defectos y necesarias autocríticas, y sus aliados conservadores en las derechas de muchas partes del mundo, deben sentirse orgullosos de todo esto.

Más preocupante es la benevolencia con que Brito trata a los populismos. Es innegable que la política siempre construye sobre un ellos y un nosotros. Pero el problema de los populismos actuales es otro: al exacerbar esa polarización, al considerar al otro como un enemigo, está despertando el fantasma de la violencia. Y es que la retórica populista es la antesala de la violencia política. Por eso, desde una perspectiva normativa, el ideario conservador no puede pactar con los populismos.

Podría alguien sostener que una cosa es el fondo (el proyecto conservador) y otra distinta es la forma (la lógica amigo-enemigo). Eso es ingenuo. El populismo envenena la convivencia y deslegitima cualquier contenido. No olvidemos que hace algunos años un grupo de políticos de izquierda intentó obviar la violencia del estallido para validar la agenda que esta promovía. No pudieron porque estaban irremediablemente atadas en las mentes y en la percepción de los chilenos. Tampoco podrá separarse mañana entonces la retórica del enemigo con las banderas que promueve.

Las formas populistas deben ser juzgadas por su moralidad y su decencia, y no por aspectos utilitarios, como son su eficacia electoral o su capacidad de interpretar mejor los dolores invisibilizados. Es eso lo que exige la buena política.

Sebastián Soto Velasco
Centro de Estudios Públicos