Señor Director:
La reciente carta a este medio de la señora Vanessa Kaiser, candidata al Senado, repite una narrativa que ella y sus hermanos difunden hace años en varias plataformas.
Los Kaiser postulan que Chile no es un país soberano ni democrático. Para Vanessa, nos rige un supragobierno internacional que impone “reglas draconianas” destinadas a “destruir el aparato productivo nacional” y “el capitalismo”. Johannes sugiere que somos colonia de unos “pelotudos en Nueva York”, y que debiéramos retirarnos de los organismos asociados a Naciones Unidas (que incluyen, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional, la Conferencia sobre Comercio e Inversión o UNCTAD, y la Organización Marítima Internacional), porque estos “no hacen ningún aporte a Chile”. Sin el retiro —asegura Vanessa— “en Chile nada se resolverá”, pues el terrorismo en La Araucanía y otros problemas nacionales son “puro globalismo”. Para Axel, “hay que clausurar la ONU”, ese “nido de zurdos proterroristas”, y quienes difieren en estos temas son “tontos” o “enfermos” que tienen el cerebro “infectado con parásitos” (todo un demócrata).
La desinformación sobre instituciones internacionales que divulgan los Kaiser refleja una narrativa extrema, y recuerda además la fijación que respecto de la inserción internacional de Chile compartían hasta hace poco el Frente Amplio y el Partido Comunista. Ellos también sostenían que nuestro país ha sido embaucado, y que su soberanía requiere defensa frente a tratados que consideran no democráticos (pese a ser discutidos y aprobados por el Legislativo, y ratificados por el Ejecutivo). Los extremos han coincidido en pintar a Chile como víctima de una conspiración, y en atribuir fracasos internos —como la permisología— a instancias internacionales.
La realidad va por otro camino. Chile, con su red de tratados de libre comercio y promoción de inversiones —la más amplia del mundo— es reconocido globalmente por una sólida capacidad negociadora que ha protegido el interés nacional, impulsada por gobiernos que sabían construir consensos. Para un país de nuestro tamaño y trayectoria, el rechazo a la globalización —venga desde la extrema derecha o desde la extrema izquierda— rompe con esta política de Estado, y puede conducir, entre otros efectos perniciosos, a ahuyentar el comercio y la inversión, y dificultar la vida de nuestros ciudadanos en muchas maneras.
Pujantes y eficientes países de tamaño mediano o pequeño a los cuales los chilenos quisiéramos parecernos según sondeos de opinión (Nueva Zelanda, Finlandia, Corea del Sur, Irlanda, por nombrar algunos), están plenamente anclados al sistema multilateral. ¿Podría alguien decir que no son soberanos ni democráticos? Sería un insulto risible sostener que los gobierna una siniestra burocracia extranjera.
Para Chile, es también un insulto y una falacia aseverar que somos una colonia que no se gobierna a sí misma. Mediante el voto, en pocos días, honraremos una vez más nuestra historia independiente, y lo que juntos hemos logrado en las cuatro últimas décadas, las de mayor progreso que hayamos tenido: allí, al centro, está nuestra apertura al mundo.
Paz Zárate