No existe consenso ni menos precisión (nunca la habrá) sobre el porcentaje de influencia que tiene el entrenador en el devenir de un equipo.
Las mediciones suelen ser básicas: si hay malos resultados, mayor es su responsabilidad. Y si son buenos, puede equilibrar, pero nunca superar la importancia de los jugadores, quienes “deciden y ejecutan en la cancha”.
Pero independientemente de eso, conviene repasar cuáles son las funciones de un entrenador y desde ahí realizar el análisis más fino.
Un DT es, esencialmente, un planificador. O sea, un profesional que a partir de los conocimientos que ha logrado sumar en su vida, por la experiencia o por ser un estudiante metódico, es capaz de formar, organizar y administrar a un grupo bajo criterios propios que pretenden cumplir los objetivos trazados.
Lógicamente que con eso no basta. El director técnico debe ser un líder también. Es decir, alguien con la capacidad de convencer a sus jugadores de que sus ideas, metodologías y formas de encarar el juego son las más eficaces para alcanzar el éxito.
Si un entrenador tiene habilidades blandas o si carece de ellas, si se equivoca en una formación o en un cambio porque no vio bien un partido, si es capaz de ser autocrítico o no, etc... son características más humanas que profesionales. Por lo mismo, evaluar su labor a partir de un solo factor es errado e injusto.
Gustavo Álvarez, el adiestrador de Universidad de Chile, está soportando ese tipo de injusticia. Por un par de determinaciones sobre la conformación del equipo para enfrentar partidos seguidos, por una cantidad muy exigua de errores en los cambios o porque, a ojos de algunos termocéfalos hinchas-comentaristas, ha sido “ratón”, “poco audaz” o “miedoso” en la estrategia de un encuentro en particular. Hasta se está sentenciando el inexorable fin de su ciclo en la U.
Majaderos todos los que piensan así.
Álvarez es un DT exitoso en la historia azul. No solo porque su equipo vanció a Colo Colo en el Monumental después de un millón de años o porque hoy tenga al equipo peleando un título internacional como no ocurría hace siglos. El estratega argentino se ganó los elogios porque ha hecho muy bien su trabajo, el que correspondía realizar cuando lo eligieron para conducir a los azules.
Álvarez alejó a los universitarios de la angustia de estar pujando por no descender y los llevó a pelear todo lo que se puso enfrente (ganando y perdiendo, como les ocurre a todos). También impuso una idea, entregó una propuesta y convenció a sus pupilos de que era el mejor camino.
Pero hoy vemos que, por un par de malos resultados, para algunos es más fácil elegir la descalificación como argumento. Herir sabiendo que eso multiplica los clicks. Son críticas oportunistas, muy equivocadas e injustas con la gestión global de Gustaco Álvarez en la U.