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Cartas
Sábado 25 de octubre de 2025
Oferta y demanda en el “mercado” de papers
En su carta de ayer el profesor Daniel Loewe hace una lúcida descripción de la situación en la que se encuentra la actual industria de papers especializados, en la cual ve el reflejo de algo más profundo: la severa distorsión del modelo de universidad. Tiene razón. Y tiene razón también cuando señala que no será a través de una nueva ola de sobrerregulación como se resolverán los problemas, de larga data ya, que ahora afloran en el debate público por causa de algunos casos particularmente escandalosos. Es ingenuo pensar que más regulación permitirá superar estos problemas, porque no se trata de meros efectos colaterales, sino de respuestas esperables a un sistema de incentivos perversos. Para decirlo con la certera formulación de Loewe, estamos frente a “estrategias de autolegitimación de un sistema que perdió el rumbo”. En último término, un asunto de oferta y demanda, explica Loewe.
Aquí me gustaría hacer una precisión, que me parece útil. La pregunta es qué se demanda y por qué. No existe, realmente, una demanda por papers, pues, como muestran las estadísticas, los papers casi no tienen lectores. Según datos relativamente confiables, en el área de humanidades 82% de los papers no son citados siquiera una vez en los cinco años posteriores a su publicación, y, de los pocos que son citados, solo el 20% ha sido efectivamente leído; la mitad no fueron leídos nunca por nadie más que su autor, los revisores y los editores de las revistas (véase, por ejemplo, D. Lattier 2023; A. K. Biswas – J. Kirchherr 2015).
El número de papers publicados, en todas las áreas de conocimiento, se calcula en más de cinco millones en 2022, con un crecimiento de más del 22% entre 2018 y ese año. Esta sobreproducción, a modo de burbuja, no responde a demanda genuina. Lo que hoy tenemos no es demanda por papers, sino demanda por lugares donde publicar papers, que tienen que ser publicados, aunque nadie tenga interés en leerlos. Esto explica la proliferación de revistas que ofrecen posibilidades de publicación, cobran por ello, etcétera. Se trata de una demanda creada artificialmente por el sistema de incentivos al que se refiere el profesor Loewe.
Así visto, el fenómeno no refleja el carácter libre de un proceso cooperativo de satisfacción de necesidades como es el mercado, sino, más bien, lo opuesto: las patologías características de un sistema completamente intervenido a través de mecanismos de acreditación kafkianos, métricas alucinadas y toda una enorme maraña regulatoria impuesta desde el poder político.
Por último, tampoco puede llamar la atención que la docencia haya quedado relegada a un papel cada vez menos relevante, en el marco de un sistema en el cual lo que verdaderamente demandan los estudiantes ya no tiene demasiada importancia. Me temo que, en el caso particular de las humanidades y la filosofía, este grotesco desenfoque hemos de pagarlo, más temprano que tarde, con nuestro certificado de defunción. Y bien ganado lo tendremos, por haber consentido en disfrazarnos de lo que no somos y por haber abdicado de la defensa de la libertad, ante el seductor embrujo de los incentivos perversos.
Alejandro G. Vigo