Señor Director:

Somos siempre más propensos a uniformar que a distinguir. Como se dice, a lo que propendemos es a poner todo en un mismo saco, y a raíz de esa mala práctica es que tendemos un velo sobre la diversidad y la complejidad de las cosas y las personas.

Es lo que nos ha ocurrido, hasta hoy, con el así llamado “estallido social” y los distintos grupos que hicieron tanto daño a la ciudad y a la convivencia social. “Vándalos”, decimos, y claro que hubo vandalismo, pero bien podríamos distinguir al interior de los que incurrieron en este.

Hubo estudiantes secundarios; estudiantes universitarios; delincuencia común; delincuencia organizada; delincuencia ocasional u oportunista; narcotráfico; anarquistas en serio; anarquistas improvisados o nada ilustrados en esa doctrina, y así. Unas distinciones que considero válidas y que, atendiendo a ellas, podríamos precisar mejor las diversas motivaciones de quienes participaron en actos reprobables y no en las muy concurridas marchas pacíficas que también tuvimos en ese tiempo.

Más improbable aún es intentar ese tipo de distinciones si estando muy próximos a una elección presidencial y de parlamentarios simplificamos y hasta trivializamos la mayoría de nuestras declaraciones políticas y sociales, omitiendo matices y distinciones.

Lo habitual es que la mayoría se cierre a una sola banda y que nos comportemos como si las cosas y las personas fuéramos todas de una sola y misma pieza, perdiendo la capacidad de reflexionar y discernir.

Agustín Squella