Señor Director:

El caso de Jorge Tocornal —cuyo recurso de revisión se encuentra pendiente— plantea un problema de la máxima relevancia: el peso de los testimonios de abuso sexual obtenidos en niños como prueba decisiva en una condena penal. O —a propósito de un caso reciente muy publicitado— el problema de los recuerdos reprimidos hasta la adultez, reconstruidos mediante terapia y empleados luego en procesos penales.

El asunto ha sido largamente discutido en la literatura y reviste especial importancia en el campo psicoanalítico. La teoría de Freud de 1896 sobre la etiología de la histeria y la neurosis obsesiva se basaba, como todos saben, en la idea de que sus pacientes tenían recuerdos inconscientes de abuso sexual en la primera infancia. Al ser inconscientes, los pacientes no sabían nada sobre esas escenas. Incluso Freud observa que los pacientes aseveraban su incredulidad cuando él, luego del análisis, se las sugería.

Freud no tardó en reconocer explícitamente que los recuerdos conscientes de la primera infancia eran escasos y poco fiables, y que los aspectos cruciales del pasado temprano tenían que reconstruirse mediante la interpretación de los sueños, las fantasías y el comportamiento de transferencia (Recuerdos de pantalla, tomo 3 de la edición estándar de Strachey). Todo esto ha planteado el problema de cuán fiables son esos recuerdos y si pueden ser implantados por una figura de autoridad.

Ello llevó a Freud a sustituirlos por la teoría de la fantasía, según escribió en 1933 (Nuevas conferencias introductorias, en el tomo 22 de la edición de Strachey).

Carlos Peña