Contrariamente a lo que se dice —a veces por el simple hecho de querer opinar— en los últimos años, el Estado chileno (más allá de los gobiernos de turno) ha invertido cada vez más en deportes.
Es cierto que el mayor incremento tuvo que ver con la realización de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos Santiago 2023, pero es un hecho concreto que ha habido un aumento progresivo, no solo para el deporte en su parte recreativa, sino que también en la competitiva o de alto rendimiento.
También es un hecho demostrable que la empresa privada ha entrado —quizás aún tibiamente— en la organización y promoción de competiciones deportivas. Ahí están como ejemplos el ATP de Chile de tenis o la fecha del Mundial de Rally.
Pese a ello, los recursos siguen siendo escasos y, comparados con los presupuestos de otros países sudamericanos incluso, tremendamente ínfimos. Pero seamos justos, hay avances.
Más allá de ello, es bueno poner la pelota contra el piso y señalar que la evolución competitiva tanto individual como colectiva en cualquier actividad deportiva no solo tiene que ver con la plata, sino que también con cómo se administra.
En Chile, en los últimos años, se ha estado demostrando que no hay recurso mejor invertido que el tener especialistas en la planificación que sean capaces de transformar el dinero —el escaso presupuesto— en evolución competitiva.
Los ejemplos los tenemos a la vista y se pueden sintetizar en tres. Los head coaches Pablo Lemoine (rugby), Sergio “Cachito” Vigil (hockey césped) y Bienvenido Front (remo) fueron inversiones de alta rentabilidad para sus respectivas disciplinas en Chile y, más importante, verdaderos faroles en la búsqueda, detección, preparación y nivel de competividad de los deportistas nacionales.
Sin el aporte de profesionales de alto prestigio como ellos, sin planes de desarrollo adjuntos, sin la disciplina que ellos impusieron, no habría dinero que rindiera.
Es demasiado obvio como para siquiera ponerlo en duda.
Lo curioso es que esto no se tome como ejemplo en el fútbol, el deporte que en Chile, por lejos, genera y recibe, desde el punto de vista público (estadios) y privado (auspicios y contratos de TV), mayores recursos y apoyo dentro del espectro deportivo nacional.
Resulta ilógico que a estas alturas, y mirando las experiencias antes señaladas, todas las fichas para alcanzar objetivos competitivos estén puestas en la espontánea aparición de una generación y no en la estructuración de un plan nacional de desarrollo liderado no por un DT baratito o un scouting amigo de un representante, sino por un entrenador estudioso, experimentado y con galones, sea chileno, argentino, español, libanés o paquistaní.
Un head coach o, en jerga noventera, un Director Técnico Nacional.
El fútbol chileno está hoy en el fondo del pozo no porque no tenga plata o no exista materia prima moldeable. Está en la B porque sigue pensando que todo se reduce a cuánta plata se puede ganar en la pasada y no en la gloria y el orgullo de obtener un triunfo como resultado de un trabajo metódico y profesional.
Miren el rugby, el hockey césped y el remo, señores del fútbol.
Y sepan lo que es ser ganadores.