Los viajes del Presidente Boric suelen producir polémicas y este último no ha sido la excepción. Las críticas no se hicieron esperar y son bien conocidas.
Con su original sentido de la diplomacia, aprovechó su participación en la Asamblea General de la ONU para repartir diversas críticas a gobernantes de Estados históricamente amigos de Chile. De paso, planteó la candidatura de Michelle Bachelet al cargo de secretaria general de esa organización internacional, sin advertir que ambos objetivos no armonizaban bien.
En efecto, se ve que, aunque tenga simpatías por la Sra. Bachelet, le importaba más mostrar su autenticidad, aunque eso significara poner importantes obstáculos a esa candidatura, que no podrá salir adelante sin el beneplácito del primer mandatario norteamericano, uno de los agraviados por las palabras de nuestro joven presidente.
Se dice que, con su conducta, Gabriel Boric ha dificultado la tarea del próximo gobierno, probablemente de derecha, que será el encargado de promover esa candidatura. Esto resulta agravado por el hecho de no haber conversado previamente con ese sector político acerca de sus propósitos.
En estos análisis se incurre en lo que podríamos llamar el “síndrome del deporte”. Se da por descontado que el gobierno de Chile debe apoyar la candidatura de una persona de su nacionalidad. Este argumento vale en el tenis, donde todos sufrimos con la derrota de Tabilo contra Bergs, en Tokio; o en el fútbol, porque incluso la mayoría de los colocolinos hinchaban por la U en su triunfo contra Alianza de Lima.
Esta actitud es loable en el deporte en países como el nuestro, que tienen pocas oportunidades de ganar copas y medallas, aunque en naciones con más tradición deportiva esto no sucede: a ningún hincha de River se le ocurrirá ir por Boca en la final de una Copa Libertadores.
Ahora bien, ¿vale el mismo criterio para la política? ¿Debería un gobernante de Chile Vamos, del Partido Republicano o del Partido Nacional Libertario apoyar por patriotismo una candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de las Naciones Unidas?
La respuesta depende de las razones que muevan a promover esa iniciativa. Algunos piensan que el hecho de que obtenga ese cargo será un motivo de orgullo para el país, nos hará más conocidos y, al menos por un tiempo, todo el mundo mirará a Chile. En el fondo, tendría que ver con nuestra autoestima, que se vería fortalecida por ese supuesto triunfo.
Sin embargo, no me parece que Kofi Atta Annan, que fue secretario general de ese organismo entre 1997 y 2006, haya sido un factor muy importante para dar a conocer a Ghana, su patria. ¿Cuántos chilenos han visitado o hecho negocios allí por tal motivo? ¿Quiénes saben, por lo menos, el nombre de su capital? Y si su desempeño en ese cargo fue irrelevante para el prestigio de su país, ¿por qué el caso chileno debería ser distinto? Me parece más práctico buscar otros modos de fomentar nuestra autoestima.
Hay, además, una razón más profunda. Quienes dirigen esas tres agrupaciones políticas de derecha están convencidos de que Michelle Bachelet no fue una buena presidenta. Lo han dicho públicamente, en reiteradas oportunidades, incluso en los últimos días. En particular, deploran su segunda presidencia, a la que deberíamos nada menos que un estancamiento de la economía, el término del copago, el fin de la selección escolar, la gratuidad universitaria, la ley de aborto en tres causales (que muchos seguimos rechazando) y una serie de medidas que han causado un grave daño al país.
Alguien podrá decir que nada de eso fue malo y que Bachelet II fue un gobierno ejemplar. No discutiré sobre eso, aquí simplemente recojo el parecer de las principales figuras de nuestra oposición.
Si esto es así, si piensan que no supo o no pudo gobernar Chile en momentos difíciles, ¿por qué habrían de pensar que ella sería una buena secretaria general de la ONU? Promover una candidatura de manera responsable es tanto como afirmar que alguien es apto para un cargo. No parece, entonces, que pueda hacerlo con buena conciencia un gobierno que está convencido exactamente de lo contrario.
Naturalmente, siempre se puede afirmar que los talentos de una secretaria general son muy distintos de sus habilidades para conducir la política nacional, que sus limitaciones en este último campo no se aplican al primero. Ahora bien, ¿son tan diferentes ambas habilidades?
Quizá sí. Una secretaria general de la ONU requiere hablar varios idiomas y ser una persona simpática, que despierte confianza y tienda puentes. Aquí Bachelet podría tener varias ventajas, pero ¿son suficientes para dirigir una organización con más de 37.000 funcionarios, un presupuesto anual de 3.720 millones de dólares, donde además hay que dar muestras de ecuanimidad política? Quizá sea así, pero antes habría que discutirlo y no resulta sensato dar por sentado que, si son de derecha, nuestros futuros gobernantes apoyarán la postulación de Bachelet con la misma pasión con la que alentaremos a Chile en la Copa Mundial sub-20 que comenzó ayer en nuestro país.
Y si no están dispuestos a darle ese apoyo, quizá sería bueno que, desde ahora, los candidatos de derecha dijeran claramente que no van a promover una candidatura que el propio Presidente Boric se encargó de torpedear esta semana y que ha nacido moribunda.