En 2021, por primera vez desde el retorno a la democracia, la política exterior jugó un rol importante en una elección presidencial. Los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta promovían posturas que quebraban la política de Estado en materia exterior.
Boric favorecía la membresía plena de Chile en el Mercosur, la legitimación de la política comercial mediante plebiscito, y el repudio al TPP11 que —según el Frente Amplio— vulneraba derechos esenciales de la ciudadanía, entre varias medidas que se vio obligado a abandonar una vez en la Presidencia. Al mismo tiempo, José Antonio Kast proponía en su programa de gobierno también la revisión de tratados comerciales y el retiro de aquellos instrumentos “dañinos” para la soberanía nacional: para la ultraderecha, como es sabido, el multilateralismo es etiquetado como “globalismo” y vilipendiado como peligro para la propia identidad. Los extremos se tocan.
Cuatro años más tarde, el orden global se encuentra fragilizado, y la política exterior se ha vuelto aún más relevante en el accionar estatal. Trump ha quebrado el paradigma de estabilidad que sostienen las reglas del libre comercio, al alero del cual Chile progresó, creando una red de tratados en la materia que hoy es la más amplia del mundo. Estados Unidos, que empujó la globalización posicionándose en su centro, se muestra decidido a destruir el sistema, con consecuencias para todos los actores, grandes y chicos.
Además, el actual gobierno de la superpotencia, motivado por el interés de demostrar su poder, desafía casi a diario normas básicas de las relaciones internacionales, interviniendo en asuntos internos de otras naciones o incluso intentando a ultranza agrandar su territorio. En este contexto, la demanda por medidas para proteger la economía nacional y vías para proyectar al país en un escenario volátil debería ser un elemento clave en el juicio de los electores.
Lamentablemente, en una contienda marcada por el caos programático, a pocas semanas de los comicios, de ocho candidaturas presidenciales tan solo una incluye en su programa de Gobierno a la política exterior (Evelyn Matthei). El grave vacío general explica por qué el debate televisado de la semana pasada debió contentarse con interrogar a los candidatos sobre sus referentes externos, una pregunta que al menos entregaría pistas de una mirada del mundo y de aspiraciones sobre el rumbo nacional.
La pregunta básica era simple: nombre a un líder político actualmente en ejercicio en algún país del mundo, que constituya ejemplo positivo, y con el cual deberíamos estrechar relaciones. No obstante, la mitad de los candidatos no pudieron responderla. Chile no puede estrechar relaciones con líderes fallecidos (Mayne-Nicholls propuso a Mandela, Kaiser a Reagan y Kissinger), ni tampoco con Putin, criminal de guerra con orden de arresto internacional y cabeza del BRICS (idea de Artés). Parisi, por su lado, no pudo nombrar como referente ni siquiera a un líder fallecido.
Jara nombró a la “emancipada” Presidenta mexicana Claudia Sheinbaum; Enríquez-Ominami a Lula da Silva, aludiendo al crecimiento económico de Brasil; y Matthei al canadiense Mark Carney, destacando la “espectacular” defensa de su país frente a la agresión de Trump. Adicionalmente, Enríquez-Ominami y Jara coincidieron con Artés en proponer la incorporación de Chile a los BRICS, sin que fueran confrontados con el hecho de que Estados Unidos ha dicho que alinearse a ese grupo tendría un alto precio: un 10% adicional de aranceles para el país.
Finalmente, preocupa la opacidad del candidato que puntea en las encuestas. Dejando de lado a Bolsonaro (condenado por instigar un golpe de Estado), y a Milei y su crisis interna, Kast tiene antiguas y sólidas alianzas con la ultraderecha europea, pero no quiso dar nombres, y solo tardíamente recordó a la italiana Meloni, que hace un gobierno centrista y multilateralista. A comienzos de este año, Kast declaró públicamente en Hungría que considera como modelo a seguir a Viktor Orbán, cuyo gobierno abusa de estados de excepción, y que mediante decretos ha socavado la separación de poderes del Estado y desmantelado derechos básicos. Asimismo, en España ha declarado frente a VOX que los triunfos republicanos en Chile les pertenecen también a ellos.
Las relaciones internacionales son un área donde históricamente las diferencias no han sido sustantivas entre los distintos sectores políticos, gracias a la unidad tejida en torno a las líneas tradicionales de la política exterior chilena, que gobiernos de distinto signo han mantenido. Estas tienen gran valor, pero no entregan todas las respuestas a los problemas de hoy.
Nuestro próximo Presidente o Presidenta tendrá que enfrentar el escenario internacional más difícil desde la Segunda Guerra Mundial; y sin la perspectiva sobre el lugar que corresponde a Chile, el juicio sobre la responsabilidad e integridad de los postulantes a conducir su destino estará incompleto.
Paz Zárate
Abogada internacionalista