¿Es José Antonio Kast un representante de la ultraderecha? No. ¿Puede calificarse a Evelyn Matthei y Chile Vamos como “derechita cobarde”? Tampoco.
En el fragor de las contiendas electorales la gente dice cosas que han sido poco pensadas. Aunque explicables por la pasión del momento, esas afirmaciones frívolas tienen consecuencias que se prolongan por largo tiempo y pueden terminar muy mal.
Que Kast no es un ultraderechista queda bastante claro cuando se lo compara con las posturas y conductas de quienes sí responden de modo inequívoco a este calificativo, que por lo demás es bastante jabonoso. Él está muy lejos de Le Pen, por poner un ejemplo europeo. En sus posturas sobre inmigración o la violencia en los colegios públicos, el candidato republicano simplemente se ha limitado a exigir un respeto irrestricto de la ley. Decir que eso lo transforma en un extremista es jugar con las palabras.
De manera bastante disparatada, algunos lo incluyen en la ultraderecha simplemente por sus posturas acerca del aborto o la eutanasia. Si así fuera, tendrían que poner en el mismo conjunto a Eduardo Frei Montalva o a Patricio Aylwin, que fueron unos decididos defensores del derecho a la vida desde la concepción a la muerte natural, aunque el mundo progresista quiera olvidarlo.
En suma, si alguien quiere hacerle esa imputación, debe explicarnos antes qué entiende por ultraderecha y por qué Kast cumple con esa caracterización. Arrojar ese adjetivo sin un fundamento sólido puede ser una señal de que alguien quiere ahorrarse el trabajo de argumentar o descalificar a priori a ciertos competidores.
Estas descalificaciones son muy peligrosas. Difunden la impresión de que quienes mantienen determinadas posturas en economía, familia, inmigración u otras materias son personas perversas, que no tienen cabida en el juego democrático, y que ojalá desaparecieran del mapa.
El resultado es nefasto. Ayer eran las consignas “matapacos”, hoy es el asesinato de un joven líder conservador en los Estados Unidos y, lo que quizá sea peor, las reacciones de quienes dicen que Charlie Kirk “se la buscó”, por su osadía de ir a un campus universitario a conversar sobre temas debatidos con un enfoque distinto del “correcto”.
Tampoco resulta sensato exigir a Kast que responda por los dichos o conductas de cada uno de sus partidarios. Todo esto no excluye que podamos pedirle que sea mucho más cuidadoso en algunas materias. Su respuesta a la pregunta de Jara sobre los bots en el debate de esta semana fue muy poco satisfactoria. Por otra parte, podría haber sido mucho más matizado en sus apoyos del pasado a Bolsonaro. El hecho de que no haya recibido un juicio justo, por poner un ejemplo, no quita que el comportamiento del expresidente brasileño haya sido muchas veces vulgar. Kast, que no es así, haría bien en marcar las necesarias distancias.
Lo mismo vale para quienes descalifican a Matthei y su coalición con el pretexto de que es una “derechita cobarde” porque ha llegado a acuerdos con el gobierno en ejercicio. Guzmán, Jarpa o Allamand lo hicieron en su momento y nadie los calificaría de cobardes.
Hay que tener en cuenta que Chile Vamos tiene una amplia representación parlamentaria y eso le impone una responsabilidad especial.
El drama de la política es que uno no siempre puede conseguir el bien que desea, sino que, en ocasiones, ha de conformarse con emplear el poder de que dispone para evitar males mayores. Fue lo que sucedió con la reforma de pensiones. Nadie en Chile Vamos piensa que es una maravilla: simplemente estimaron, después de un detenido análisis, que cualquier otra alternativa habría sido mucho peor para el país.
¿Sabían que esos acuerdos eran impopulares? Sí, pero eso no habla mal de esos políticos, sino muy bien. Quizá su decisión no fue la mejor, no soy la persona competente para juzgarlo, pero me parece que el suyo fue un acto de fortaleza. Y no se fundó en el capricho, sino que estuvo avalado por la opinión de numerosos economistas competentes.
Los republicanos pueden decir que no comparten esa u otra opinión de los parlamentarios de Chile Vamos, pero no me parece justo acusarlos de cobardía. Si bien la política debe cumplir con ciertas exigencias éticas, es una simpleza moralizarlo todo y atribuir las discrepancias a un vicio moral (en este caso, la cobardía) de quien piensa distinto. La experiencia de los últimos años debería enseñarle a la derecha republicana que es un error adoptar las mismas actitudes que han llevado al generalizado rechazo del frenteamplismo por parte de un sector mayoritario de la ciudadanía.
En una época en que cunden el fanatismo y la obcecación, las distintas sensibilidades de derecha bien podrían dar ejemplo de sensatez. Por lo demás, ¿son Chile Vamos y el Partido Republicano tan ilusos como para pensar que pueden gobernar el uno sin el apoyo del otro? Cada palabra ácida que hoy pronuncian en contra de su adversario será usada después en su contra, cuando tengan que justificar ante la ciudadanía el hecho de haber llegado a acuerdos con quienes poco antes calificaban de ultraderechistas o cobardes.
En su “Arte poética” decía Huidobro: “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;/ El adjetivo, cuando no da vida, mata”. Este consejo no vale solo para las letras, sino de modo muy especial para la política.