Esta semana Bolivia conmemoró los 200 años de su independencia y hoy celebra unas elecciones que parecen sellar el fin de la dinastía de Evo y el Movimiento al Socialismo (MAS), que en un momento pareció que iba a durar para siempre.
Con todo, estos veinte años han marcado la historia contemporánea de ese país tan ignorado por nosotros, que vivimos como si nuestros vecinos no existieran.
No todo lo que hizo Evo Morales fue malo. Al contrario, su primer gobierno trajo a Bolivia una estabilidad que necesitaba imperiosamente, mantuvo una economía estable y, lo más notable, permitió que millones de bolivianos se sintieran identificados con el sistema político, que por fin era conducido por uno de ellos.
Su fórmula fue en parte socialista, pero también responde a la lógica del hermano mellizo de ese sistema ideológico: el fascismo. No buscó abolir la propiedad privada, sino solo poner en control del Estado todas las empresas estratégicas. En el resto hay libertad económica, siempre que uno no ose meterse en política. Es una fórmula, en muchos aspectos, semejante a la del peronismo.
Sus críticos señalaron desde el primer momento que su indigenismo tenía mucho de estrategia electoral, que Evo, en realidad, es un mestizo, que ni siquiera habla aimara, que se viste de un modo diferente a los indígenas de verdad. El mito del pastor que llega a presidente está relatado en “Evo pueblo” (2007), la película de Tonchy Antezana, un gran director que no exhibe allí el sentido crítico que mostraría en su gran obra “El cementerio de los elefantes” (2008). Por otra parte, el auge de la economía se habría debido simplemente a la bonanza de las materias primas.
Sin embargo, no pueden negar que su elección y posterior gobierno influyeron mucho para que esas grandes poblaciones marginadas pudieran mostrar su identidad de modo muy natural y no vieran la política como un mundo ajeno.
Con todo, a medida que pasó el tiempo Morales comenzó a mostrar un talante cada vez más autoritario y fomentar un culto a la personalidad bastante grotesco. Hasta en los vagones del moderno teleférico de La Paz uno veía una gran cara de Evo en el cristal. Por otra parte, inició un proceso de control de la judicatura (el mismo que después inspiró a AMLO en México), ahogó la prensa libre y se las arregló para influir en la justicia electoral. En este proceso desempeñó un papel central su vicepresidente, el profesor de sociología Álvaro García Linera, que tuvo una enorme influencia en el proceso constitucional chileno rechazado en 2022.
Dos factores marcaron la caída de su estrella ante la opinión pública. El primero es que los años de bonanza económica pasaron; el segundo, que fue el decisivo, fue su intento por presentarse a una reelección que lo habría llevado a la presidencia por cuarta vez. Si por siglo y medio el problema boliviano había sido la inestabilidad, ahora los ciudadanos veían que se había pasado al extremo contrario. De esta forma, rechazaron su propuesta en el plebiscito que quería modificar la Constitución (2016). No contento con esto, Evo se las arregló para que su Tribunal Constitucional declarara que era inconstitucional el artículo de la Carta Fundamental que prohibía la reelección. Ese sí que es un malabarismo jurídico. Fueron tan grandes las protestas que Morales se vio obligado a abandonar el poder.
En todo caso, al poco tiempo el MAS volvió al poder, esta vez con el Presidente Luis Arce. Si bien es hoy un enemigo acérrimo de Evo, ha mantenido e incluso acrecentado su autoritarismo. El uso partidista de la detención preventiva ha sido ampliamente documentado. Según la Asociación de Juristas de Derechos Humanos de Bolivia (2024), que agrupa a personas de muchas tendencias ideológicas, actualmente hay 347 personas perseguidas por motivos políticos, de las cuales 179 están detenidas. Con todo, no es por eso que el principal candidato de izquierda aparece con apenas 8,2% de las preferencias, sino porque la situación de la economía es catastrófica. Nada más elocuente que las largas filas de vehículos que esperan cargar combustible.
Se espera que dos candidatos de oposición pasen a segunda vuelta. La prensa los califica como de derecha, aunque en realidad sus propuestas son más bien socialdemócratas. ¿Serán capaces de sacar al país de su ruina económica? Si quieren mejorar las relaciones con los EE.UU. tendrán que enfrentar a narcotraficantes y productores de coca, que hoy gozan de amplia libertad.
Por otra parte, aunque no pueda llegar a la presidencia, Evo es muy poderoso en la zona cocalera y puede amargarle la vida a cualquier gobierno. De hecho, está refugiado allí, en el Chapare, y resulta inaccesible para la policía, de modo que las órdenes de captura por delitos sexuales no han podido hacerse efectivas.
Mientras tanto, Chile vive a espaldas de los problemas de su vecino, sin pensar siquiera en que la crisis migratoria y el auge del narcotráfico están estrechamente ligados a la situación boliviana. Hay razones muy profundas para preocuparnos por Bolivia; sin embargo, al menos deberíamos darnos cuenta de que nuestra miopía puede costarnos muy caro. Ya está mal ser egoístas, pero al menos deberíamos ser unos egoístas astutos.