En su carta del 31 de julio, Ignacio Walker se refiere a la “crisis de la DC” y atribuye sus causas a “la caída del Muro de Berlín (1989) y el desplome del comunismo en la Unión Soviética y los países en Europa del Este”, que llevaron al fin de “la era de la Democracia Cristiana”.
Uno esperaría que Walker, protagonista de la política chilena durante un cuarto de siglo (parlamentario, ministro y presidente del PDC), tuviera una visión más completa de la “crisis de la DC” e identificara qué la provocó.
La “era” de este partido no terminó por causas externas, sino por factores nacionales e internos del PDC. Entre ellos destaca su tradición de conflictividad que lo empujó en una pendiente de autodestrucción y debilitó en el electorado y como organización. Nunca sus dirigentes hicieron una autocrítica.
Olvidó su identidad histórica: una tercera vía, reformista, distinta a la derecha conservadora de Jorge Alessandri, y a la izquierda revolucionaria del FRAP, con el PC y el PS, partidos marxistas y leninistas, de Salvador Allende. Tuvo desde 1958 un paradigma económico, que redactó Jorge Ahumada, y otro político para integrar al sistema a los campesinos, pobladores y mujeres, el corazón de la “Revolución en Libertad” del gobierno de Eduardo Frei Montalva, que impulsó una modernización política, económica y social de Chile.
El gobierno fue obstaculizado por una oposición interna, “los rebeldes”, que tomó el control de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) en 1967, con Rodrigo Ambrosio de presidente y Enrique Correa Ríos de vicepresidente (le sucedió en la presidencia en 1968). Esta fracción se radicalizó en extremo, pues se convirtió al marxismo-leninismo e identificó con la dictadura de los hermanos Castro en Cuba. Además, impulsó una política de confrontación contra el gobierno y Frei.
Correa resumió la identidad ideológica de esta fracción: “Más que hijos de la Iglesia, somos hijos de la historia de nuestros días: hijos de Vietnam y de Cuba, hijos de los astronautas y de los guerrilleros, hijos de las rebeliones juveniles y del black power” (Punto Final, 30 de julio de 1968). La JDC llamó a constituir un “Frente Revolucionario” junto al MIR y la juventud del PS, organizaciones que justificaban la violencia contra “el Estado burgués”. En sus memorias, “Mi vida, mi historia”, Correa cuenta otra versión: “nunca me gustó la Revolución Cubana” (2025: 56) y guarda silencio sobre la radicalización de la JDC bajo su liderazgo.
La caída electoral del PDC en los comicios legislativos de 1969 y la derrota de Radomiro Tomic en la elección presidencial de 1970 se explican en buena medida por la oposición extrema de la JDC a Frei.
Durante el gobierno de Allende, el PDC quiso impulsar una oposición constructiva. Sin embargo, como recordó Tomic, no fue posible: “la estrategia de la Unidad Popular no fue nunca colaborar con la Democracia Cristiana; sino dividirla y destruirla” (subrayado por Tomic (1977: 198).
Cuando regresó a La Moneda en 1990, el PDC carecía de un paradigma económico distinto al de los Chicago Boys y optó más por la continuidad que por la reforma del sistema heredado, impuesto por la dictadura, siguiendo un paradigma de monetarismo radical, incompatible con un régimen de libertades.
Desde 1990, el PDC ha seguido una estrategia de coalición permanente con el PS/PPD sin cuidar su identidad histórica y política, como estos sí se preocuparon. Peor aún, intelectuales y políticos DC asumieron la tesis de un cientista político de izquierda de que el PDC y Frei fueron causantes del golpe de Estado. Junto con eximir al gobierno de la UP y a Allende de su parte de responsabilidad, no rechazaron la crítica sistemática a la figura de Frei por personalidades de izquierda, que buscaban así agrandar la de Allende. Sin olvidar, por cierto, que la principal responsabilidad del golpe es de quienes lo realizaron e impulsaron.
Carlos Huneeus