Hay ocasiones en que la verdad asoma de manera involuntaria, momentos en que, a propósito de cualquier cosa en apariencia irrelevante, el inconsciente habla.
Le acaba de ocurrir a José Antonio Kast: “El Congreso —dijo en un reciente encuentro— es importante, pero no es tan relevante como ustedes imaginan. Nosotros estamos haciendo la revisión de todas las potestades administrativas que tiene el Estado, de todas las leyes que tienen sanciones incluidas que nadie aplica”.
Para apreciar la gravedad de esas palabras, es necesario explicar un sencillo asunto técnico.
Uno de los viejos temas del debate constitucional es la relación que media entre la facultad del Presidente de dictar reglamentos y decretos, por una parte, y las materias que son exclusivas del Congreso y acerca de las que este último tiene la facultad exclusiva de dictar leyes, por la otra. En tanto mayores sean las materias reservadas a la ley, menores las facultades reglamentarias del Presidente. Y viceversa. La Constitución de 1925 establecía un listado mínimo de las materias propias del Congreso que este podía ampliar a su arbitrio; en tanto, la Carta de 1980, un listado máximo que el Congreso no puede exceder. Todo lo que no esté en ese listado es materia de reglamento a cargo del Ejecutivo.
El Ejecutivo tiene ya bastantes facultades. Y Kast pretende ejercerlas en el máximo.
Por supuesto, en las palabras de Kast estaba esa cuestión técnica de fondo, pero al mencionarla su inconsciente habló y casi insinuó que no necesitaría al Congreso, puesto que luego de un examen acucioso descubriría leyes que nadie aplica (esto recuerda, vaya paradoja, los resquicios legales que no eran sino reglas legales olvidadas, pero vigentes) o se dictarían reglamentos que él mismo decidiría.
Y José Antonio Kast declaró querer echar mano a esos intersticios hasta el extremo de que el Congreso sería irrelevante.
Y así, el resultado será obvio: el Congreso no será tan importante como se cree (los que acompañan al candidato Kast esperando hacerse de un escaño debieron enterarse, con sorpresa, de que todos sus esfuerzos, sonrisas y cálculos para aparecer en la foto detrás del candidato será para algo, después de todo, no muy relevante).
La declaración de José Antonio Kast es grave, porque indica algo que está a la base de cualquier iliberalismo, de izquierda o de derecha: la pretensión de gobernar por decreto, que no otra cosa son las facultades contenidas en la potestad reglamentaria. Ese anhelo de gobernar por decreto (prescindiendo de la deliberación que se realiza por los representantes del pueblo, diputados y senadores) es muy viejo y solía ser glorificado por Donoso Cortés (uno de los héroes intelectuales de la derecha iliberal, muy citado en la época de Pinochet) y también por Schmitt (al que hasta hace poco se aplaudía en la izquierda del Frente Amplio). Donoso dijo en un famoso discurso que este tipo de actos unilaterales y excepcionales no tenía nada de escandaloso, ¿acaso Dios no gobernaba por decreto y derogaba las leyes de la naturaleza? Y si es así, ¿por qué sería contrario al derecho natural hacerlo si las circunstancias lo reclamaban?
José Antonio Kast ha dejado ver en las declaraciones de ayer una rendija autoritaria y ha confirmado que, en el fondo, late en él un espíritu iliberal que considera que en circunstancias excepcionales (v.gr. alta inseguridad y un Congreso renuente a seguirlo) se propone prescindir de los representantes, hurgar en viejas reglas legales olvidadas, dictar decretos y así gobernar.
Carlos Peña