Hay personas, personajes y personajillos que parecen hacer de la candidatura una profesión. Están presentes reiteradamente en cuanta elección se presente, sabiendo a menudo que sus posibilidades de elección son bajas o nulas.

Critilo se pregunta por las motivaciones. Sin duda, una dosis de narcisismo o una delirante convicción mesiánica que sus capacidades, reales o pretendidas, permiten sostener. También, algún incentivo económico derivado del número de votos, que por magro que sea nunca deja de ser útil.

En todo caso, se trata de averiguar cuál es la motivación dominante porque la democracia, entendida vulgarmente en estas latitudes como estadística electoral, sufre serios daños con estas participaciones. Como bien se sabe, la gente no vota ni por ideas ni por programas. Vota por emociones e impresiones. Vota por chismes u opiniones vertidas con ligereza.

La depuración de las prácticas electorales pasa por tener electores y elegibles ilustrados, conscientes del bien común.