Sobran expertos que reparten recetas para ganar elecciones. No siempre aciertan, y menos en estos tiempos, cuando la razón está desacreditada, la información devaluada, la atención dispersa y las emociones volátiles. De ahí que tal vez convenga invertir la pregunta: no cómo se gana, sino cómo se pierde una elección que parecía asegurada.
Un caso aleccionador fue la reciente elección presidencial en Estados Unidos, donde la candidata oficialista fue derrotada sin atenuantes. Pero hay también ejemplos más cercanos.
Para beneficio de quienes, por instinto, por torpeza, por lealtades rancias o por una candidez que linda con el suicidio, trabajan con esmero para perder, aquí van algunas reglas que podrían figurar en un manual del fracaso electoral.
Uno: Ponga la campaña en el centro de atención. Filtre noticias sobre sus equipos, organigramas, ajustes y reajustes, ojalá a diario. Procure que el debate público se concentre en las pugnas internas y en la coreografía de su comando. Así el votante dejará de pensar en las elecciones de mañana y se enganchará con la telenovela de hoy.
Dos: Nada de improvisar o mostrarse auténtico. Cada acto y cada frase deben estar milimétricamente planificados por sus asesores, sin margen para gestos espontáneos. La frescura y la improvisación son para populistas; usted está en un nivel superior. Es preferible ser derrotado con dignidad antes que exponerse, vulnerable, al desnudo.
Tres: Rodéese de PhD y notables. Llénese de doctores, expertos y figuras con su vida resuelta. Fotografíese con ellos. El elector no se reconocerá en nadie de su entorno y se sentirá ajeno a su causa. El rechazo será un subproducto natural.
Cuatro: No importa si la audiencia está furiosa: insista en hablar del porvenir radiante que espera al país. Cuanto mayor sea el abismo entre su visión y la experiencia cotidiana, más rápido caerá en el olvido… y en la intrascendencia.
Cinco: Sea grandilocuente. Hable de “mínimos civilizatorios”, “defensa de la democracia”, “Chile en riesgo”, “lucha contra el comunismo” o “no hay crecimiento sin paz social”. Así evitará hablar del precio de los huevos, la cuenta del supermercado o los crímenes del día. El votante ansioso no solo dejará de escucharlo: aburrido de usted, prestará atención a su adversario.
Seis: Explique como académico. Use PowerPoint, flechas, organigramas, siglas. Presente sus ideas como “procesos”. Recuerde: para perder, hay que optar por el abordaje racional, dejando de lado la polisemia de los símbolos. Así el votante podrá admirarlo como potencial gobernante… mientras vota por su adversario.
Siete: No repita ni simplifique. Olvide las frases memorables. Cada intervención debe ser inédita, minuciosa, saturada de cifras. No polarice: busque el equilibrio perfecto, ni tanto ni tan poco, ni fu ni fa. Recuerde: para perder una elección, lo ideal es que todos lo consideren correcto… y que, después de escucharlo, lo olviden.
Ocho: Recuerde el elefante. Cuando le imputen una vulnerabilidad —real o inventada—, rebátala con vehemencia. Como enseña la psicología cognitiva, decir “no pienses en un elefante” es la mejor manera de que todos lo imaginen… y empiecen a verle colmillos y trompa en cada gesto.
Nueve: Ignore el lenguaje de las redes. Si su adversario viraliza una imagen icónica —por ejemplo, levantando su puño ensangrentado tras un atentado—, usted responda con un PDF sobre transición energética. No hay forma más elegante de suicidio político que contrarrestar la emoción con un razonamiento tecnocrático.
Diez: Ofrezca Valium a destajo. En tiempos convulsos, el votante quiere energía y acción; usted dele sedantes. Y, si además instala la idea de que solo el Estado puede sacarlos a flote, remata la faena: no hay forma más segura de perder que persuadir al votante de que está condenado a esperar que el aparato público lo rescate.
Estas reglas no apuntan a ningún candidato en particular. Son apenas un modesto aporte para quienes quieren perder… y aún no dominan el arte.