A tía Waverly le encantó mi columna del sábado pasado. “Me reí mucho, mijito”, me espetó al día siguiente. Y es que, además, al parecer le sucedió algo semejante con su actual “saliente”: en animada conversación, y también en un bar, habría dicho algo así como “litros de pan tostado”.

Yo no suelo tener comunicación telepática con nadie (tal vez un poco con el perrito Braulio), pero menos con la tía. Es cierto que por nuestras venas corre la misma sangre, mas la conexión que tenemos —y que es indestructible— se mueve por otros carriles (o vasos o conductos).

En fin, la cosa es que recortó la columna, la metió en su cartera y se la llevó al galante. Supongo que él también se habrá reído, pero todavía seguimos sin pista alguna acerca de su identidad, apostura, sistema moral y complexión.

Desde la disciplina con la que me gano la vida —la Lógica— intento colegir qué sinapsis neuronal pudo llevar a un hombre a medir las tostadas en litros. ¿Se le hace agua la boca cuando las come, o es la mantequilla derretida? ¿Tal vez el huevo poché que se le escapa del pan y va a desembocar en el plato? ¿O quizá se suele atorar con ellas y entonces vamos tomando litros de agua? Puede ser, puede ser… Lo que no me gustaría que fuera es que se le esté haciendo agua la boca por la tía, como si ella misma fuera una tostada, un huevo poché o mantequilla derretida…

Imagínese usted, lector, qué embarazo: “¡Ay mi tostadita con mantequilla! ¡Ay huevito que quieres sal!”. Uf, espantoso y siútico. Intragable.

B. B. Cooper