El gran historiador y exitoso intelectual público Niall Ferguson estuvo nuevamente de visita en Chile. Si la historia es su especialidad, las lecciones son su pasión. Tal vez por eso, cuando vino hace doce años, en septiembre del 2014, Ferguson declaró: “Chile puede estar comenzando a ejercer su derecho a ser estúpido”. Entonces las palabras del historiador escocés nos parecieron las de un agorero, un pájaro de mal agüero. Pero nuestra historia reciente lo convirtió en un pitoniso, un adivino del futuro. Ese año 2014 Chile estaba recién implementando las reformas electoral, educacional y tributaria de Bachelet II. Además, el PC entraba a formar parte de la Nueva Mayoría y las jóvenes promesas estudiantiles —Gabriel Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson— daban sus primeros pasos en el Congreso.
Su comentario fue clarividente. Nos habíamos acostumbrado a los acuerdos, a las políticas públicas serias y a crecer con paso firme y rápido. Entre 1986 y 2013, nuestro crecimiento económico promedio fue 5,5%. A partir de entonces, comenzó el deterioro y la decadencia. Ese simbólico año 2014 crecimos solo un 1,8%. Y hoy nos contentamos con un 2%. Cada año que pasa es más difícil salir de la trampa del ingreso medio.
Llevamos casi doce años estancados sin una épica país, rodeados de delincuencia y escándalos. En este desalentador panorama, el anhelo por volver a crecer y la añoranza por volver a ser un país seguro, pacífico, ordenado e institucional estremecen. Por si fuera poco, la historia y el legado del Frente Amplio en términos de gestión son paupérrimos. Basta leer el nuevo libro de Daniel Mansuy, “Los inocentes al poder”, para recordar el ethos de esa nueva generación. La historia juzgará, tal como dijo un comentarista en el lanzamiento del libro, esa insoportable vanidad (o banalidad) de los inocentes. En definitiva, es difícil encontrar un momento más propicio para las ideas de la derecha.
La defensa de la libertad, la justicia y el progreso palpita fuerte. Basta mirar el competitivo y boyante mundo del pensamiento. A los tradicionales think tanks como Libertad y Desarrollo, Instituto Libertad, Fundación Jaime Guzmán y el Centro de Estudios Públicos, hoy se suman el Instituto de Estudios de la Sociedad, Idea País, Horizontal, Pivotes, Instituto Res Publica, Fundación para el Progreso, Ideas Republicanas, el Centro Signos de la Universidad de los Andes y el centro Faro de la Universidad del Desarrollo. Parafraseando a Kant, sabemos que las ideas sin política son ciegas. Pero la política sin ideas es vacía.
En este contexto político favorable para la derecha, por primera vez en muchos años hay abundante materia gris. Y por primera vez la izquierda ha ido perdiendo espacio en el campo de las ideas. Todos esos centros de estudios —conservadores, liberales clásicos y libertarios— tienen diferencias. Pero se pondrían de acuerdo en lo fundamental. Esto no ocurre en la política.
Para cualquier observador extranjero como Ferguson, la contienda presidencial es una carrera corrida. La derecha corre a tres bandas contra una candidata del PC. Esto es, el oficialismo contra tres candidatos de derecha: conservador (Kast), liberal clásico (Matthei) y libertario (Kaiser). Parece un partido desigual. Pero el juego en la cancha no se ve tan simple. Una vez más la derecha vuelve a mostrar su fratricida cara decimonónica.
En un sistema político fragmentado, con un parlamentarismo de facto y un quorum constitucional que disminuyó a 4/7, lo más importante es el Congreso. En las negociaciones para las parlamentarias, vaya novedad, chocan los intereses de los partidos con los de los que quieren ser candidatos contra los de los incumbentes. Aunque a estas alturas parece muy difícil alcanzar una lista única, ¿no sería mucho pedir al menos gestos? Daría un atisbo de unidad.