Recogiendo la recomendación del rector Carlos Peña de no criticar a Jeannette Jara por su comunismo ni por las ideas que inspiran esa ideología, ni por el prontuario de pobreza y violencia del comunismo, sino que concentrarse en sus ideas, me leí el programa de Jeannette con el cual se impuso en las primarias.
Concluida la lectura, surgió natural el retruécano con que se titula esta columna. A menos que los chilenos quieran seguir el ejemplo de los samuráis y quieran suicidarse, me parece que su proyecto no tiene pies ni cabeza. Es un condensado de malas ideas, diagnósticos incorrectos, soluciones utópicas y voluntarismos pueriles que no resisten el más mínimo análisis racional. Todas ellas han sido aplicadas en el pasado en Chile y en otros países con el mismo resultado, de ineficiencia, corrupción, pobreza y pérdida de libertades.
Hace más de 40 años, decidimos retomar lo que habíamos hecho el siglo XIX con éxito, impuestos bajos, instituciones sólidas, protección del derecho de propiedad y apertura al mundo. Que fuera la demanda mundial lo que impulsara nuestro desarrollo. Ahora Jeannette quiere cambiar eso por la demanda interna. 20 millones de chilenos vamos a tener que comernos 200 kg de cerezas y 550 kg de salmones cada uno, y tomarnos cientos de litros de vino por nuca.
Yo me pregunto si Jeannette entiende algo de lo que está hablando. Está bien que ahora escuche a los Quincheros, sea simpática, le haya ganado a la vida y gracias a eso sea parte del 20% mejor pagado del país, pero eso no la califica para ser presidente de la República. Está lleno de gente simpática y que tienen una historia de vida encomiable, pero que no tienen el conocimiento, la capacidad ni la pretensión de dirigir el país.
En su “programa” dice que debemos volver a crecer, pero todo lo que ella ha hecho y propone va en sentido contrario. El crecimiento de la remuneración de una persona o del PGB de un país es función de los mismos 3 factores: más trabajo, más inversión o mayor productividad. Respecto del trabajo, ella le prohíbe a la gente trabajar más de 40 horas, fijó un sueldo mínimo que les impide a los jóvenes vulnerables encontrar trabajo, condenándolos a la informalidad o la delincuencia (las cifras publicadas esta semana sobre desempleo son tan tristes como elocuentes), y respecto de la inversión, ella propone subir impuestos. Eso encarece y disuade inversiones, pero no lo entiende o le da lo mismo, y persevera en la tontera. Respecto de la productividad, ni siquiera ha apoyado el proyecto de simplificación de permisos de su propio gobierno. De hecho, más de 40 diputados que la apoyan recurrieron al TC para pararlo. Este programa es como recetarle chunchules, erizos y manteca a una persona con el colesterol alto.
En la reunión con los salmoneros, se mandó una talla de aquellas, prometió no expropiarlos. ¡Qué alivio!, me recuerda el humor macabro de Stalin, cuando mandó a llamar a uno de sus generales a quien le habían arrancado los dientes torturándolo, y al verlo, le dice: “Qué gusto verte, y yo que había ordenado fusilarte” (contaba la hija que su padre dormía con pistola al cinto, porque antes de dejarse torturar de nuevo se pegaría un tiro). Lo que promete en el programa es parecido a expropiar, crear un impuesto al patrimonio, y terminar con las AFP, que son eufemismos para apropiarse de los ahorros de los chilenos. Comunistas manejando nuestros ahorros, ¿qué puede salir mal? Pero esta promesa de campaña de terminar con las AFP y crear un sistema de seguridad social después que acaba de consensuar la reforma previsional, nos habla que su vocación por cumplir compromisos es la misma de cualquier comunista (Mao, Stalin, Chávez, etc.) que ha roto todas las promesas que ha hecho en la historia, desde elecciones libres en Europa Central hasta distribuir la tierra a los campesinos. De hecho, el único pacto que Stalin honró fue el que hizo con Hitler.
Su idea para el crecimiento es inversión pública, sin explicar cómo la va a financiar. No puede emitir sin chocar con el Central, no puede ni debe endeudarse, porque los intereses se la van a comer, no va a privatizar porque iría contra su religión y subir impuestos ahuyenta aún más la inversión privada. Ergo, todo lo que haga va a profundizar la crisis que creó su gobierno.
Finalmente, en seguridad, prioridad número uno de los chilenos, todo en su programa es con perspectiva de género y protección de los DD.HH., otro eufemismo para decir que van a seguir homenajeando a la primera línea, persiguiendo a las fuerzas de orden y a todos los opositores mientras dejan libres a terroristas y narcos.