Uno de los equilibrios más difíciles de lograr en la política es entre el carisma y la racionalidad técnica.
Mientras el carisma alude a la capacidad de establecer una intimidad a distancia con las audiencias, la racionalidad técnica se refiere al conocimiento y la destreza para manejar la complejidad de la vida social, especialmente en el plano económico.
Un carisma sin racionalidad técnica es ciego y solo es capaz de despertar el deseo que choca con la realidad. Una racionalidad técnica sin carisma es vacía y no moviliza el esfuerzo ni despierta la voluntad. Esto no es muy distinto a la imagen que Platón emplea en el diálogo Fedro. Allí el alma humana es presentada como un carro tirado por dos caballos, uno es la razón, el otro los deseos. Basta sustituir el concepto de alma por el de política, y se tiene una imagen aproximada del problema: la necesidad de equilibrar el impulso que el carisma es capaz de generalizar, y la razón llamada a contenerlo y orientarlo. Es la misma idea, para no seguir, que se encuentra en Freud: la condición humana como guiada por el principio del placer que busca la satisfacción inmediata, y el principio de realidad que enseña la inevitable necesidad de renunciar al deseo y reprimirlo.
No hay duda: no basta el carisma capaz de encender el entusiasmo, se requiere la racionalidad que contiene y orienta.
Un ejemplo de lo primero es quizá el caso de Cuba. Fidel estaba anegado de carisma, pero al carecer de racionalidad técnica Cuba se estrelló, y se estrella aún, con el muro de la realidad. Ejemplo de lo segundo, para ir al otro extremo, fue el gobierno de S. Piñera. Nadie puede negar su capacidad de manejarse en los intersticios de las dificultades que plantea la realidad (es cosa de atender a lo que hizo en el terremoto o en la pandemia); pero no despertó adhesión de parte de la ciudadanía.
¿Qué ocurre con las actuales candidaturas?
El caso de Jeannette Jara, quien esta semana ha presentado su equipo más inmediato, muestra que su mayor peligro es el déficit en racionalidad técnica. En la centroizquierda esta última abunda. No es casualidad que las mejores décadas de Chile moderno se deban al control del Estado por parte de los cuadros tecnocráticos de la ex-Concertación, cuyo secreto pareció radicar en la presencia de lo que se ha llamado technopols, personas ilustradas que combinaban el saber técnico con las redes y la influencia en el plano de la política. Y, sin embargo, en los equipos que hasta ahora Jeannette Jara ha presentado, esos cuadros brillan por su ausencia. Este es quizá el síntoma más preocupante y la grieta más obvia que se asoma en su candidatura.
Obviamente no es flojera, ni desdén, ni desatención, ni modorra de quienes integran la tecnocracia lo que explica que prefieran, hasta ahora, guardar distancia con la candidatura de Jeannette Jara: es el síntoma o el signo de que las urgencias y prioridades que ella ha planteado (expansión de la demanda interna y cosas así) son consideradas gravemente erróneas por esos cuadros o, lo que es lo mismo, resultado de una posición ideológica en vez de un discernimiento cuidadoso de los problemas que plantea la realidad.
¿Es mejor el panorama en el caso de la candidatura de Kast? No lo parece. Tampoco se observa en esa candidatura la presencia de esos cuadros en los que se concentra el tipo de racionalidad de que hizo gala la centroderecha (o lo que hoy ha llegado a ser centroderecha) en los dos gobiernos que ha hecho suyos. Es raro que esto se olvide. La derecha ha hecho un aprendizaje en el manejo del aparato del Estado en un largo lapso y ese capital, esa acumulación de saber y de experiencia tampoco refulge en los equipos hasta ahora exhibidos de José Antonio Kast.
Quizá lo anterior explique que, en los problemas del Chile contemporáneo, esos que las candidaturas acicatean y estimulan, predomine un componente fuertemente emocional. El miedo al crimen, a la muerte violenta (para usar la imagen de Hobbes) o al comunismo, en el caso de Kast; o el rechazo a una desigualdad producto de una élite egoísta y cicatera (aunque ahora expuesto en una versión más amable), en el caso de Jara.
Para ambas candidaturas, la racionalidad técnica no parece ser lo fundamental. Lo fundamental es acicatear la emoción.
Allí quizá radica el problema más de fondo de la candidatura de Evelyn Matthei: su mejor atributo es el que menos importa en las urgencias emocionales de la hora. Esta falta de coincidencia entre la propia virtud y la circunstancia es lo que Maquiavelo (sirviéndose de una vieja imagen) llamaba fortuna.
Evelyn Matthei carece de fortuna. Esa capacidad de acertar en la parte de la rueda (la imagen se encuentra en las historias de Polibio) que al girar se sitúa por momentos en lo más alto y urgente.