Señor Director:

Este es el año del aniversario número 80 del primer premio Nobel para Chile, que recibió Gabriela Mistral, y en Santiago son muchas las iniciativas que han levantado —charlas, ciclos, murales, reposiciones teatrales y otros— para homenajearla. Se debate por estos días, además, contar con su escultura en la Plaza Italia, como una figura que une al país bajo valores compartidos.

Y mientras la capital se viste con su legado, en Montegrande, en el museo que recuerda la época de profesora de la poetisa, las paredes de la pequeña casa que alberga su historia están trizadas, quién sabe desde cuál terremoto. Los marcos sostienen fotocopias deslavadas de algunos documentos ilegibles. Los antiguos pupitres se amontonan a un lado de la sala, en un espacio precario por el que se circula sin contexto.

En las tierras que su corazón nunca abandonó, en sus palabras, “errante y todo, soy una tradicionalista risible que sigue viviendo en el Valle de Elqui de su infancia”, pareciera que su memoria no ha recibido el mismo cuidado que su figura. Mientras crece la admiración en la distancia, en su origen persiste el descuido.

Ojalá este aniversario sea también una oportunidad para mirar hacia Montegrande y asumir, con responsabilidad, el compromiso de preservar su legado allí donde comenzó.

Verónica Guarda P.