Estos son días de optimismo dentro del Partido Comunista. Su retorno comenzó en 2009, cuando consiguieron las primeras bancas parlamentarias tras dos décadas de ausencia. El mes pasado, su candidata Jeannette Jara triunfó en las primarias del oficialismo y, según las encuestas de las primeras semanas de julio, lidera la carrera presidencial.
Ahora Jara ha recibido el respaldo de Michelle Bachelet. Su partido le debe mucho a la expresidenta: ella fue clave en la incorporación del Partido Comunista a la Nueva Mayoría, dándole visibilidad y ayudando a que el campo progresista lo perciba como un partido capaz de gobernar con responsabilidad.
Hoy la centroizquierda está debilitada y la influencia de la Democracia Cristiana es casi nula. La izquierda dura (¿extrema?) ha sido la más beneficiada, y el Partido Comunista, que ha pasado dos tercios de los últimos doce años en una coalición de gobierno, se ha transformado, para la sorpresa de muchos, en un contendiente creíble a la presidencia.
El campo opositor ha respondido de distintas maneras. Algunos han resaltado las vergonzosas posiciones del partido en política exterior y sus simpatías por Cuba y otras dictaduras de izquierda. Pero la política exterior pocas veces influye en elecciones presidenciales, donde los votantes tienden a concentrarse en la política interna y en identificar qué candidato mejorará sus vidas.
Otros critican la ideología del partido y la incompatibilidad del marxismo con la realidad chilena. Los comunistas conciben la democracia como un instrumento “para derrotar al neoliberalismo”. La lucha de clases —ahora reempaquetada como élite versus pueblo— y el leninismo siguen siendo centrales para el Partido Comunista, aunque su hábil estrategia de marketing apunte a proyectar una imagen de centroizquierda moderada. Sin embargo, las campañas tienden a eludir el debate ideológico, y el oficialismo intentará mostrarse como una coalición pluralista.
La candidatura comunista enfrenta, no obstante, dos desafíos fundamentales. El primero es la seguridad. Para la mayoría de los chilenos, se trata del principal problema a resolver, y un porcentaje elevadísimo de la población percibe un aumento del crimen en el país.
Durante años, la izquierda ha enfatizado los programas sociales como herramienta clave para reducir el delito y ha favorecido una orientación garantista en el Poder Judicial. La plataforma programática de Jara para las primarias menciona tres aspectos de su política de seguridad “con enfoque social”: priorizar la inteligencia policial, aumentar la presencia estatal en los territorios y reforzar la prevención social. Pero en el Chile actual, donde el líder extranjero con mejor imagen es, por lejos, Nayib Bukele, una estrategia que enfatiza que “la seguridad se construye con dignidad” difícilmente resulte muy persuasiva.
Y el accionar del Partido Comunista en el Congreso frente a propuestas para combatir el crimen ha levantado serias dudas sobre su disposición a enfrentar el problema, como advirtió el diputado socialista Raúl Leiva el mes pasado. Sus posiciones respecto de la violencia en la macrozona sur son particularmente reveladoras.
El segundo desafío para Jara es el económico. El gobierno de Boric terminará con el crecimiento más bajo desde el retorno a la democracia. Más del 70% de los chilenos considera que la economía está estancada o retrocediendo, y más del 60% cree que el país va por mal camino (Cadem). A Jara, como candidata oficialista, le será difícil despegarse del pesado legado de la administración Boric. Su programa para las primarias enfatiza la redistribución, la industrialización, una legislación laboral restrictiva, más impuestos y una mayor intervención estatal, asemejándose más a un programa heredado de los años 70 que a una propuesta capaz de responder a los desafíos económicos de una nación que necesita crecer.
No será fácil para Jara convencer a la ciudadanía. Y todo indica que también le costará convencer a varios dentro de la centroizquierda. Pero los comunistas han demostrado una notable capacidad de recuperación, y sus estrategias han resultado hasta ahora más exitosas que las de sus antiguos aliados en la Nueva Mayoría.
Hoy el Partido Comunista es el partido más importante de la izquierda, un logro que no solo responde a su disciplinado trabajo a largo plazo, sino que también constituye, en parte, un legado de Bachelet.
Eduardo Alemán