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Editorial
Lunes 21 de julio de 2025
Las apuestas de Petro y Lula
Días turbulentos viven varios de los invitados a la cumbre de líderes de izquierda que encabezará hoy el Presidente Boric. Y entre ellos, dos latinoamericanos que también apuestan a la proyección internacional para mejorar su posicionamiento interno: Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva.
Si de activismo internacional se trata, Petro compite con Lula y Boric. El Presidente colombiano ha realizado más de 40 viajes al exterior desde que asumió, en agosto de 2022. De hecho, dos días antes de venir a Santiago, fue a Haití, según sostuvo, para ayudar a poner fin a la violencia, aunque no ha dicho cómo podría hacerlo en un país donde las bandas criminales tienen el control. Y es que quizás Petro mira hacia el exterior para evadirse de las tensiones políticas en su último año de mandato. Tiene diferencias tanto con la oposición en el Congreso como al interior de su gabinete, el que una vez más intenta reformar. El exguerrillero ya ha cambiado a 55 ministros en 18 carteras y a 127 viceministros desde que llegó al poder, y este nuevo remezón se daría luego de reconocer que no es inusual que los secretarios de Estado lo traicionen y se conviertan en sus peores críticos después de salir del gobierno. Curiosa declaración para un Presidente.
En el caso de los cancilleres, los tres anteriores renunciaron por diferencias en el enfoque de la política exterior; la última salió del gabinete en medio de un grave desencuentro con Estados Unidos. Petro ya ha tenido dos impasses con el gobierno de Donald Trump. El primero, cuando se negó a recibir a colombianos deportados en dos vuelos militares. Ante la amenaza de aranceles del 25 por ciento, los aceptó. Luego, lanzó airadas declaraciones sobre un supuesto complot para derrocarlo y mencionó que estaban involucrados políticos estadounidenses. Washington reaccionó llamando a su representante diplomático. El incidente se cerró cuando Petro mandó una carta a Trump que se entendió como una disculpa, asegurando que no “hubo intención de señalar a nadie sin pruebas”.
Hay calma por ahora, pero el colombiano no se resiste a desafiar a su homólogo estadounidense. Muchas de sus actividades internacionales tienen en la mira a Washington. La semana pasada fue anfitrión de una reunión del “Grupo de La Haya”, integrado por países como Venezuela, Malasia, Cuba, Bolivia o Namibia, para “coordinar medidas legales y diplomáticas” contra la ofensiva israelí en Gaza y hacer efectiva la orden de detención de la Corte Penal Internacional contra Benjamin Netanyahu y su ministro de Defensa. Allí arremetió contra el capitalismo, contra la OTAN y a favor del multilateralismo, en una indirecta referencia a rechazar la hegemonía de Estados Unidos. Es obvio que Petro sabe que con las medidas adoptadas en esa reunión no podrá aislar al Estado de Israel (con el que rompió relaciones el año pasado). Su verdadero objetivo es lograr una proyección personal para ubicarse en un lugar de liderazgo de la izquierda internacional y así tener un espacio desde donde actuar cuando termine su gobierno.
A fin de año, tendrá otra ocasión para intentar lucimiento, cuando reciba a los líderes de la Celac y de la Unión Europea. Podrá dejar de lado los problemas de política interna y los casos de corrupción que involucran a funcionarios cercanos y parientes (su hijo aún está en juicio por supuesto enriquecimiento ilícito y lavado de activos). Pero con las cumbres no podrá ocultar que ha incumplido promesas de campaña clave, como su política de Paz Total, que ha sido un fracaso absoluto, pues la violencia ha recrudecido y los grupos armados —guerrilleros y narcotraficantes— aumentaron el número de integrantes y extendieron su control territorial.
Lula, “ayudado” por Trump
Inesperadamente, Donald Trump le hizo un favor político a Lula. La guerra de los aranceles mejoró una popularidad que estaba en el nivel más bajo de todos sus mandatos: había caído 14 puntos en un año. La pelea con Trump lo encumbró cuatro puntos porcentuales y quizá siga subiendo, a medida que la disputa se haga más agria. De este modo, si hace poco nadie pensaba que Lula podría ganar la reelección —había gran descontento por la situación económica y un alto porcentaje creía que debía dejarle el camino a alguien nuevo—, ahora, tras los anuncios de aranceles de 50 por ciento a todos los productos, pasó a la delantera.
A los brasileños no les gustaron las amenazas de Trump. Son una interferencia política directa, según Lula, y una “afrenta a la soberanía nacional”, porque pretenden —como lo dijo explícitamente el norteamericano— incidir en el juicio contra Jair Bolsonaro por un supuesto intento de golpe de Estado. Es probable que este enfrentamiento siga escalando hasta un punto en el que las partes estén obligadas a bajar el tono y negociar, pero antes de que eso ocurra seguiremos escuchando frases como las que Lula lanzó furioso: “Comí mi primer pan a los siete años, y no aceptaré órdenes de un gringo”.
Las negociaciones tendrán que apuntar a encontrar un equilibrio en los aranceles y tomar en cuenta que Brasil tiene un superávit comercial con EE.UU. Trump estableció una base del 10 por ciento general y probablemente suba en algunos ítems a Brasil, mientras este buscará cobrar impuestos a las empresas digitales, las big tech, a las que Lula acusa de “promover violencia y noticias falsas con el argumento de la libertad de expresión”. El canciller ya dijo que Da Silva estaría “abierto a hablar”, pero quizás lo demore, considerando que la discordia con Trump ha mejorado sus bonos. Sin embargo, si la disputa le ha traído, por ahora, cierto alivio político, la prolongación del conflicto, en la medida en que empiece a golpear la economía brasileña, podría revertir las cosas.