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Editorial
Domingo 20 de julio de 2025
Convicciones y contradicciones
Insólitamente abrazan ahora discursos que antes habrían rechazado por xenófobos.
El contraste entre lo que decía el entonces diputado Gabriel Boric, en cuanto a que “uno de los problemas de Chile es que hay muchos chilenos. Bienvenidos inmigrantes”, y las recientes declaraciones y videos del senador De Rementería y el diputado Manouchehri (PS) contra el derecho a voto de los venezolanos residentes, ilustra cómo ha cambiado la aproximación respecto de los inmigrantes al interior del conglomerado de gobierno. Con expresiones que nada tendrían que envidiarles a los discursos de un Donald Trump, ahora congresistas del oficialismo se burlan de quienes, supuestamente, “creen que un tostador de pan es una parrilla para arepas” y hasta se preguntan si “¿el sicario tenía derecho a voto?”.
Ciertamente, entre la convicción inicial de apertura entusiasta y el actual uso de frases descalificadoras, media la agudización de los problemas que la llegada masiva de inmigrantes ha provocado y el rechazo que ello genera en una población con la que esos parlamentarios buscan empatizar, pero también el cálculo de que el ejercicio de sus derechos políticos por parte de los extranjeros avecindados favorecería a la oposición y no a la izquierda. Así, en lugar de asumir discusiones legítimas con seriedad, esos y otros parlamentarios abrazan en la hora última discursos estereotipados que en otro tiempo tal vez ellos mismos habrían rechazado por xenófobos.
Con todo, siendo ese un ejemplo extremo, el giro en esta materia ha sido mucho más extendido. El propio ministro Elizalde, cuando era senador, afirmaba que “la política migratoria requiere amplia participación, para contar con una migración regular, segura y que sea respetuosa de los derechos de las personas”. Ahora, en cambio, es un fuerte opositor a que ellos voten en las elecciones nacionales, permitiendo que solo lo puedan hacer en las de carácter local. Se podrá argumentar que ambas posiciones no son lógicamente incompatibles, pero no hay duda que representan posturas intencionales distintas frente a los derechos de los extranjeros.
Esta capacidad para modificar convicciones doctrinarias, no por genuino convencimiento sino por cálculo electoral, es una de las razones que han ido alejando a los ciudadanos de la política, decepcionados ante dirigencias a las que solo parece movilizar la defensa de sus posiciones de poder. Este es un problema para el país, pues, parafraseando al desaparecido presidente Piñera, “no hay democracia sana con política enferma”. Y la repentina adopción de estos discursos, tal como la facilidad para dejarse llevar por políticas populistas son todos síntomas de una misma enfermedad.
Es de esperar que la población no se deje atraer por esos cantos de sirena y levante su mirada hacia horizontes más amplios. El país lo requiere con urgencia.