Como suele ocurrir en períodos electorales que coinciden con el final de un gobierno, no pocos parlamentarios buscan su reelección por vías populistas. Esta temporada no parece ser la excepción. Veremos cuánto daño logran producir.
Esta semana, la comisión de Economía de la Cámara aprobó un proyecto para eliminar la UF; la de Hacienda, una moción que deja sin efecto el tope máximo de indemnización por año de servicio en caso de despido, y casi dos tercios de los diputados oficialistas recurrieron ante el TC para torpedear la ley que intenta abatir la permisología en las autorizaciones sectoriales, proyecto que fue impulsado por su gobierno y aprobado en su primer trámite por casi la mitad de quienes ahora la impugnan.
Las tres iniciativas dan cuenta del populismo que habita en el Congreso; ese afán de complacer con medidas simples y popularmente atractivas, que no pueden sino cobrar luego su precio en padecimiento y descontento. Demuestran que el propósito de presentarse como defensor de los intereses del pueblo frente a las élites no es atributo exclusivo del PC, sino que recorre a vastos sectores y tienta a todos.
Ya lo vivimos en grado superlativo cuando el gobierno de Piñera quedó debilitado y en el Congreso arreciaron desordenados vientos para llenar el vacío de poder. Los retiros de fondos de las AFP y las ocho acusaciones constitucionales en contra de autoridades del Ejecutivo entre el 18-O y el fin del gobierno dejaron una desastrosa estela en la economía y en el orden institucional. Los costos han recaído especialmente en los más pobres, en cuyo nombre se adoptaron. La pulsión populista, siempre latente, vuelve ahora a resurgir con fuerza, acicateada por la urgencia de reelegirse y facilitada por un Presidente cada vez más dedicado a afianzar su posición internacional y menos a ordenar su coalición de gobierno.
¿Es el populismo consustancial a los tiempos que corren, un fenómeno universal, un ciclo inevitable? Tildarlo como una peste irresistible que ha infectado a muchos no consuela y tiende a adormecer la comprensión del fenómeno y las salidas posibles. El PP y el PSOE probaron ser capaces de enfrentar a los más populistas Vox y Podemos, y el Frente Amplio uruguayo nunca ha terminado de ser infectado por populistas.
¿Es la irresponsabilidad populista inevitable en cuerpos colegiados como el Parlamento? Es cierto que ningún grupo político y ningún parlamentario siente que debe remediar la caída libre del prestigio del Congreso, ni poner la cara cuando las medidas populistas cobran su inevitable precio. Pero eso no explica las oscilaciones del fenómeno ni su aumento creciente.
¿Debiéramos esperanzarnos en abatir el populismo parlamentario cambiando las reglas electorales y aumentando la disciplina partidaria? Parcialmente sí. La falta de bloques políticos sólidos favorece el populismo, pero no debiéramos apostar a que un umbral del 5% y la pérdida del escaño al parlamentario que abandona su partido lleguen a ser suficientes para disminuirlo significativamente.
¿No debiéramos postular un cambio a un régimen parlamentario que haga al Congreso más responsable de la conducción gubernamental? Es cierto que hay menos países con sistemas parlamentarios que presidenciales en que sea rampante el populismo (Hungría, Israel, Italia en algunos momentos). Sin embargo, la improbabilidad de abandonar nuestro tradicional presidencialismo hace que entusiasme poco volver sobre este debate.
Una ciudadanía políticamente sofisticada parece ser uno de los antídotos más eficaces contra el populismo, aunque por cierto no invulnerable. Para lograrlo no es suficiente aumentar las horas escolares dedicadas a estudiar las reglas constitucionales sobre nacionalidad y ciudadanía. Por cierto, es riesgoso que el Estado intervenga en campañas masivas de educación cívica para adultos; pero no se trata de que el Gobierno o una mayoría del Congreso lo hagan por sí mismos. No es imposible diseñar un sistema en el cual los medios de comunicación postulen con programas de educación cívica a un fondo estatal que maneje un órgano que dé garantías de transparencia y del menor sesgo partidista posible. ¿Sería esto malgastar los fondos públicos habiendo tantas necesidades básicas insatisfechas? No, porque, en la medida que el populismo crezca, habrá más necesidades y más personas insatisfechas o incluso furiosas con la política.
No es fácil combatir el populismo. Ojalá salgan al debate muchas propuestas para lograrlo, pues el mal es grande, la amenaza peor y seguir quejándonos no lo detendrá.