La próxima elección será la primera presidencial desde el regreso del voto obligatorio. Ello sumará a las urnas a algo así como la mitad del padrón, que de otro modo preferiría abstenerse. De hecho, en la segunda vuelta entre Boric y Kast, en 2021 —una elección que, ante los ojos de la élite, enfrentaba dos visiones irreconciliables de mundo—, votó poco más de la mitad de los inscritos (55,6%).
Los millones de nuevos votantes han resultado más difíciles de descifrar que lo esperado. Contra la expectativa inicial, el abrumador triunfo del Rechazo hizo a muchos creer que eran más conservadores —y hay datos de encuestas sobre cuestiones valóricas que sugieren que podría haber algo de ello—. Sin embargo, en general, son votantes poco ideologizados que cuando se posicionan en temas de políticas, tienden a ser moderados. Son, creo, más anti-incumbentes que conservadores.
Tampoco parece ser el caso, como suele creerse, de que antes se abstuvieran por un descontento con las alternativas disponibles. De hecho, la participación fue menor (47,3%) en una primera vuelta con siete candidatos de todos los colores. A la vez, la participación efectiva (votos válidos) es menor cuando las papeletas son más grandes. Por ejemplo, en 2024 los nulos y blancos fueron 11% en alcaldes, 21% en concejales y 26% en cores.
Las personas que no votan si no las obligan son, mayormente, personas muy alejadas de la política. Desconfían radicalmente de los políticos, a la vez que les producen un desinterés profundo. Esa lejanía y desinterés suelen ser subestimados por las élites. Por ejemplo, según la última CEP, más de la mitad de la población no sabe quiénes son Gonzalo Winter o Jeannette Jara; mientras políticos de más larga trayectoria, como Claudio Orrego o M. J. Ossandón, son desconocidos para más de un tercio. No estamos hablando de conocer las propuestas o la trayectoria de estos líderes, sino solo de saber quiénes son.
Es interesante notar que en las encuestas de mayor frecuencia, que son telefónicas u online, las tasas de conocimiento de personajes suelen ser bastante mayores a las que muestra la CEP, que es cara a cara, representativa nacional y obtiene tasas de respuesta unas seis veces más altas. Ello sugiere que la mayor frecuencia que permite su modo de encuestar significa cubrir un público relativamente más informado. Por supuesto, la frecuencia es una virtud y estas encuestas aportan información relevante a un ambiente que la necesita. Además, a fin de cuentas, los menos informados no son tan distintos y es posible que se vayan pareciendo más a los informados a medida que aumente el clima electoral.
Como sea, la aprobación de Boric en la CEP fue nuevamente unos 10 puntos menor que la que recibe en las encuestas de mayor frecuencia. Ello parece una señal de que tiene menos arrastre del que suele creerse entre aquellos más alejados de la política, que son justamente los votantes obligados.
No es casual, en suma, que el debate sobre las multas por no votar haya revelado tan grosero oportunismo.