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Editorial
Miércoles 09 de julio de 2025
La candidata Jara y su partido
El gesto de “congelar” su militancia, aparte de intrascendente, no resolvía ninguno de los lastres que carga su postulación.
Luego de que distintas voces internas anticiparan que Jeannette Jara congelaría su militancia en el PC para dar una señal de apertura y unidad hacia el sector al que aspira representar, finalmente se confirmó que no lo hará. No está claro si ello se funda en las aclaraciones formuladas por autoridades del Servel —la ley no permite que alguien que participó en una primaria como militante de un partido pueda luego dejar esa militancia como postulante a la Presidencia—, o si fue porque el gesto podía interpretarse como un maquillaje intrascendente y una suerte de engaño a la ciudadanía. Lo cierto es que, cualquiera hubiese sido la decisión, el panorama político de la campaña no cambiaba mucho.
El tema aparentemente se zanjó en el pleno del comité central de la colectividad, el sábado pasado. El domingo, en tanto, en lo que fue una reafirmación de todas sus banderas, el mismo Partido Comunista celebró sus 113 años en un acto en el Teatro Caupolicán marcado por el profuso despliegue de su iconografía y consignas más tradicionales. Allí, ante los militantes y ante invitados que incluyeron a dirigentes del oficialismo y a embajadores de países como Cuba y China, Jara se presentó con un discurso en el que resaltó la necesidad de unir a todas las fuerzas que la apoyan. Manifestó que ello era particularmente importante ante la amenaza de la “ultraderecha”, cuyo propósito sería, dijo, retroceder en los avances sociales conquistados con “tanto esfuerzo por el pueblo a través de años de lucha”. Por ultraderecha se refería —sin matiz alguno— a las candidaturas de Kaiser, Kast y Matthei, y agregaba que el que sean tres postulantes ilustra el tamaño de su desafío. Más allá de las formas generalmente amables que caracterizan a Jara, el planteamiento encierra un evidente afán polarizador que apuesta a tensionar de modo maniqueo la campaña y a dotarla así de una épica combativa que movilice a la izquierda y centroizquierda. Con ello, parece reconocer que su éxito en las primarias no admite complacencias. En esto no se equivoca: a pesar de su holgado triunfo, en rigor, solo se impuso en el estrecho espectro de quienes participaron en esa votación, completamente insuficiente si quiere pasar a segunda vuelta y mucho más aún si pretende ganar la elección. Así, su estrategia parece doble. Por una parte, unir al oficialismo más reticente bajo el mantra de impedir que gane la derecha (y con ello perder todos el Gobierno). Por otra, seducir con su carisma a los electores más despolitizados.
Pero a pesar de su rico arsenal de atributos como candidata, Jara carga con la pesada herencia de un gobierno impopular, en el que participó activamente. Una administración que no fue capaz de dinamizar la economía y bajo cuyo mandato la delincuencia y la inseguridad han alcanzado niveles récord. También tendrá que explicar por qué se ufana de haber logrado la reforma previsional, si esta es cuestionada por una parte del propio PC, y cómo sus ideas, plasmadas en su actuación como ministra del Trabajo, podrían mejorar la situación hacia el futuro si durante su gestión se incubó una verdadera emergencia laboral. Todo ello, sin considerar que debe además dar cuenta de la actuación de los regímenes que su partido admira y alaba —como Cuba y Venezuela—, los que no solo han llevado a su población a la ruina, sino que han sometido sus deseos de libertad a los designios que no admiten la alternancia en el poder.
De allí que Jeannette Jara, militando o no en el Partido Comunista, tiene una pesada tarea por delante. Requerirá mucho más que simpatía y cercanía para ofrecer progreso al país. Deberá proponer fórmulas de las que el partido en el que milita ostensiblemente carece.