No iba a escribir sobre la primaria porque llevo un tiempo en Europa, sin la sintonía fina que se necesita para comentar elecciones, sobre todo si son casi confidenciales, como las del domingo. No vi ni los debates ni la franja. Por tanto, no fui sometido al encanto de Jeannette Jara lo suficiente para entenderlo. Pero sí me acuerdo de sus veloces idas y venidas como ministra: de las 40 horas, del salario mínimo y de la reforma de pensiones. Esta última fue un triunfo para la capitalización individual, pero ella, que más bien quería (y sigue queriendo) un “no más AFP”, lo presentó como un triunfo de ella, lo que siempre me pareció una frescura, si bien la avalaban Kast y Kaiser, empeñados, también con frescura, en insistir en que era Chile Vamos el que había cedido.
Chicha fresca, además, ese recurso a la risa con que Jara pretende salirse de cualquier entuerto. ¿Le servirá hasta noviembre? El entuerto más grande es, claro, su pertenencia al PC, al que ingresó hace 36 años, cuando tenía solo 14. Para sopesar lo que eso significa detengámonos en lo que es ese partido.
Es ya demasiado obvio que las políticas comunistas no funcionan para lograr los objetivos a los que ellos dicen apuntar: no logran ni mejorar la vida de los ciudadanos ni reducir la desigualdad. Y en países llamados comunistas, como China o Vietnam, donde sí hay logros, ocurren porque han optado por una economía capitalista. Por tanto, cuando el PC plantea lograr justicia social con medidas comunistas, nos está engañando, porque sus dirigentes son inteligentes y no pueden no saber que esas medidas no van a funcionar. Algo parecido pasa con los derechos humanos. El PC rasga vestiduras. Se coloca como víctima. Llora frente al “anticomunismo”. Pero nos engaña, porque no puede no saber que los derechos humanos no se han respetado en ningún país comunista.
¿Para qué les sirve ser comunistas, entonces? ¿Con qué propósito arman un partido tan eficiente, con cuadros jóvenes tan dispuestos a obedecer, a pesar de ser ellos más que capaces de tener pensamiento propio? ¿Con qué propósito, si saben que no van a lograr nada de lo que dicen querer hacer?
Se me ocurre que con uno solo: el poder, el puro poder.
Porque si hay un campo en que los comunistas han sido brillantes es en el de alcanzar el poder y de allí no soltarlo más. En la Unión Soviética duraron 74 años, en China llevan 76, en Cuba 66. Poder para la “élite revolucionaria” a expensas de un pueblo que con el terror o se somete o emigra.
Tan ciega es la admiración del PC chileno por el poder puro que se sienten cercanos a regímenes dictatoriales, aun cuando no tengan nada de izquierda, como el de Putin o el del Ayatola. De allí también la insistencia en una nueva Constitución, para eliminar los contrapesos al poder que ellos piensan ejercer.
¿Cuánto de esto compromete a Jara? En el mejor de los casos, no sabemos. Es verdad que ha exhibido diferencias discretas con Carmona y Jadue, pero 36 años en un partido es mucho. Es el 70 por ciento de una vida que no ha vivido en vano.
Otro gran tema del domingo fue, claro, la derrota de Tohá. Hay factores personales. Querer ella ser demasiadas cosas para demasiadas personas. Pero hay un preocupante factor político también: lo difícil que es defender ideas de centro cuando la política se reduce a lo que quepa en TikTok. Ser de centro implica estar atento a las complejidades del mundo real, saber que las soluciones a problemas complejos son por definición complejas. Difícil explicar eso sin parecer dubitativo, sin exponerse a ser opacado por contrincantes con ideas simplonas.
Dicen que cuando votan pocos ganan los extremistas porque los moderados, que en Chile serían mayoría, no salen a votar. Con voto obligatorio, el 16 de noviembre, sí saldrán. Por eso urge que llegue a segunda vuelta Evelyn Matthei. Porque si hubiera que decidir entre Jara y Kast, los moderados votarían por el mal menor. Una lotería, con riesgo de repetir el 2021.