La victoria de Jeannette Jara en la primaria oficialista fue sorpresiva, pero no inexplicable. Algo parecido ocurrió hace unos días en Nueva York con Zohran Mamdani. Hijo de un académico de origen indio-ugandés y de una cineasta indio-estadounidense, desde muy joven realizó un intenso trabajo en Queens y otras comunidades locales, lo que le llevó a definirse como un “demócrata socialista”. En la primaria partidaria se enfrentó al exgobernador Andrew Cuomo, símbolo del establishment liberal y respaldado —entre otros— por el mismísimo Bill Clinton. Todos apostaban por Cuomo, pero ganó Zohran.
Algo similar ocurrió en Chile el domingo. La primaria oficialista no solo definía el nombre de su abanderado presidencial, sino su oferta frente a las derechas, cuyas candidaturas puntean las encuestas. En principio, todo indicaba que ganaría Carolina Tohá, figura en la que confluyen la izquierda democrática y la gestión del actual gobierno. Pero ganó una dirigente comunista que, hasta su paso por el gabinete de Boric, no había mostrado su liderazgo.
Pasó lo mismo que con Mamdani. Los electores fieles del centro a la izquierda —que no son muchos, como se vio en la baja participación en la primaria— no quieren nada con figuras que tengan conexión con el pasado ni con el establishment. Buscan, por sobre todo, personas con una trayectoria de vida en la que se reconozcan.
Jeannette Jara, en tal sentido, es perfecta. Nacida y criada en Conchalí, con dos títulos universitarios, comunista por generaciones, hizo una campaña disciplinada basada en dos pilares: su personalidad —relajada, gentil y divertida, que la mostraba luminosamente segura de sí misma y de sus logros— y, por otro lado, la apelación a la identidad ancestral de la izquierda, esa que vibra con la UP y con Allende. Con estos soportes, pudo evitar definiciones programáticas que la complicaran, aunque esto implicara tomar distancia de su propio partido.
“¿Y si con Jara se pierde ante la derecha?”, se preguntó hasta el cansancio. “No importa —respondieron los votantes de la primaria—. Ya hemos perdido antes y tal vez sigamos perdiendo. Lo esencial es seguir siendo lo que siempre fuimos”.
Ese fue el razonamiento detrás de su apoyo. Una forma de fatalismo utópico. Y, a juzgar por los resultados, funcionó.
Tohá representó lo opuesto. Se irguió como la encarnación de la racionalidad y la responsabilidad. Esto le permitió salvar al Gobierno de una debacle tras el 4S, pero no fue suficiente para configurar una comunidad que identifique y movilice a los activistas y electores. Ella y su equipo lo dieron todo, pero nunca dispusieron de esa misteriosa épica que despierta el origen, el testimonio o el mesianismo.
¿Qué viene ahora para Jara? Es obvio que ya dio el paso y no regresará al redil del comunismo ortodoxo. Podría verse tentada a “volcarse hacia el centro”, pero sería un error: este espacio no existe.
Tras los vaivenes posestallido, todo el tablero político chileno se movió hacia la moderación. Apelar a ella no aporta diferenciación, ni a izquierdas ni a derechas. La diferenciación la provee haber derrotado al establishment. Esto es Kast; esto es Jara. Pero con dos diferencias a favor de esta última: que, como Mamdani, viene auténticamente del mundo popular, y que tiene sobre ella misma un control que Kast a veces pierde, develando una personalidad autoritaria y antipática.
Quien piense que Jara no tiene chances frente a la derecha podría estar errado. Puede perfectamente ganarles, igual como lo hizo en la primaria. Estamos en otros tiempos. Si un musulmán puede llegar a ser alcalde de la ciudad de Nueva York, ¿por qué una comunista no podría llegar a ser Presidenta de Chile?