¿Cómo explicar el triunfo de Jeannette Jara sobre Carolina Tohá?
Lo que habría ocurrido —es la explicación más recurrida— es que la elección fue capturada por la ciudadanía más militante. Como la participación fue baja, se dice, no cabría más que concluir que votaron los más comprometidos. La explicación es pueril, porque si se entiende por militancia la adhesión formal a un partido, ella es falsa (no existe ese número de militantes), y si se emplea la expresión militancia en un sentido débil, para aludir con ella a los simples adherentes de la izquierda, la explicación es tautológica.
¿Que es comunista? Desde luego, pero no es por eso por lo que la gente la ha preferido. Creer que los votos que recibió son la muestra de una adhesión ideológica al PC es un error de grandes proporciones. ¿Será la propuesta que hizo? Por supuesto que no. Nunca hubo una elección con menos proposiciones e ideas que esta y las propuestas que se le intentaron adosar (como la del cambio constitucional) en vez de ayudarla la deterioraban.
Lo que ha ocurrido es que en los tiempos que corren una personalidad como la suya brinda algo que Carolina Tohá no: reconocimiento, ese extraño anhelo de los seres humanos de ver convalidada en la experiencia ajena su propia trayectoria. Después de años de redentores en la izquierda, que de pronto aparezca alguien que no promete redimir, sino comprender la experiencia vital de las mayorías (y cuya biografía hace plausible ese compromiso), es probablemente lo que explica el apoyo que ha recibido.
En suma, no es que el Partido Comunista haya derrotado al Socialismo Democrático. No.
Lo que ha ocurrido es que la personalidad de Jara derrotó a la personalidad de Tohá.
Es verdad que la primaria fue más bien mezquina de participación; pero ella no debe ocultar el hecho (que en este caso se ha puesto de manifiesto) de que las elecciones suelen tener como uno de los factores más relevantes el carisma, esa misteriosa cualidad que hace que la gente se reconozca en este o aquel liderazgo, ese rasgo que tiende lazos invisibles con las audiencias y es capaz de crear una intimidad a distancia. En la literatura, suele explicarse que el carisma tiene dos dimensiones. En una de ellas la personalidad carismática establece una regla o una norma, y en la otra dimensión es transgresiva. Weber lo resume bien cuando sugiere que la personalidad carismática por excelencia es la que afirma: se os ha dicho, pero yo les digo.
Un análisis apresurado en la derecha le sugerirá que hay motivos para alegrarse y que, estando Jara en la papeleta de la próxima elección presidencial, la competencia podrá polarizarse agitando el espantajo del comunismo (algo de eso insinuó Johannes Kaiser). ¿Tendrá éxito algo así? No, intentar una lucha ideológica sobre la base del temor está destinado al fracaso. Es cosa de imaginar una contraposición entre las personalidades de Jara y Matthei, o mejor aún un debate, o entre ella y Kast, para darse cuenta de que el carisma puede ser un factor decisivo cuyo peso simbólico pueda incluso compensar otras carencias, más todavía si las otras candidaturas han descansado hasta ahora en el temor de la ciudadanía (el temor a la delincuencia, a la incivilidad) y no, en cambio, en la capacidad de sus liderazgos para despertar ese viejo anhelo de sentir que la propia experiencia vital es revalidada.
Lo que Jeannette Jara ha mostrado en esta breve contienda electoral es que se trata de una candidata formidable en esa dimensión que, para preocupación de quienes serán sus rivales, no se puede fingir o impostar: la personalidad.