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Editorial
Lunes 23 de junio de 2025
Trump, la apuesta más temeraria
“No estoy buscando pelea, pero si hay que elegir entre pelear y un arma nuclear, debes hacer lo que hay que hacer”. El sentido de la frase lanzada por Donald Trump hace unos días solo terminó de aclararse este fin de semana, al lanzar la operación “Martillo de medianoche” e involucrar así a Estados Unidos en la guerra entre Israel e Irán. Una decisión que divide a sus partidarios y echa por tierra una de sus grandes promesas.
Con la participación de unas 125 aeronaves, incluidos siete bombarderos B-2 más aviones cisternas, espías y cazas de combate, “Martillo de medianoche” ofreció un despliegue impresionante de la capacidad militar estadounidense, que logró penetrar el espacio aéreo de Irán y asestar un “severo daño” a Fordoz, la principal de las instalaciones nucleares de ese país, construida al interior de una montaña y bajo toneladas de cemento. Fue el debut en combate de la temida bomba antibúnker, la GBU-57A/B, que solo tienen los norteamericanos y que se consideraba como la única arma capaz de conseguir el aniquilamiento del poder nuclear iraní. En la operación también fueron atacadas las instalaciones de Natanz e Isfahan, esta última mediante misiles Tomahawk, lanzados por un submarino ubicado en el Golfo Pérsico.
La acción sorprendió a quienes habían creído las palabras de Trump de apenas un día antes. “Basándome en el hecho de que hay una posibilidad sustancial de negociaciones que podrían o no tener lugar con Irán en un futuro próximo, tomaré mi decisión de participar o no en las próximas dos semanas”, había sido la declaración del mandatario el viernes 20, leída por la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, y que hizo suponer a muchos que aún quedaba espacio para la diplomacia antes de un involucramiento directo de la principal potencia mundial en el conflicto entre Tel Aviv y Teherán. La expectativa era que las conversaciones que venía sosteniendo el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, con el canciller iraní, Abbas Aragchi, para alcanzar un acuerdo sobre el tema nuclear, pudieran lograr resultados en los próximos días. En especial, considerando la fuerte presión bajo la cual se encuentra el régimen de los ayatolás luego del inicio de la ofensiva israelí. En esas circunstancias, pensaban algunos, el gobierno iraní terminaría allanándose a renunciar a su programa de enriquecimiento de uranio, a cambio de su supervivencia.
Durante toda la semana pasada, luego del inicio de los ataques de Israel en Irán, la administración norteamericana jugó a la ambigüedad. Era claro que el premier israelí, Benjamin Netanyahu, buscaba arrastrar a EE.UU. al conflicto, pero parecía improbable que Trump quisiera correr ese riesgo. Teherán ya le había advertido que, si intervenía, “causaría un infierno en la región”, insinuando la amenaza de atacar sus bases en Medio Oriente, donde Washington tiene estacionados unos 40 mil efectivos civiles y militares.
El triunfo de los halcones
A los dilemas estratégicos y de seguridad nacional, Donald Trump sumaba la división de sus partidarios. No era para menos, tratándose de un gobernante que al término de su primer mandato se vanaglorió de haber sido el único Presidente en décadas que no había iniciado una guerra nueva y que en su última campaña prometió no solo no empezar ninguna sino que además terminar con las existentes. Una promesa clave para buena parte de sus seguidores de MAGA (acrónimo de Make America Great Again), el movimiento que agrupa al trumpismo más duro y que ha hecho del aislacionismo una bandera. Chocaban estos con otros sectores del Partido Republicano; entre ellos, los antiguos “halcones”, para quienes una acción militar directa contra Irán era un viejo anhelo.
Entre los debates más llamativos estuvo el de Tucker Carlson, el excomentarista de Fox News, con el senador Ted Cruz, quien abogaba por la intervención. Otros referentes de MAGA, como Steve Bannon o la congresista Marjorie Taylor Green, fueron categóricos en oponerse. Mientras, el vicepresidente J. D. Vance, conocido aislacionista, pedía confiar en la decisión del Presidente. Esa decisión vino finalmente el sábado y confirmó la fama de Trump como un jugador arriesgado, que esconde sus cartas hasta el final y que ahora se ha lanzado en la apuesta más temeraria de sus dos gobiernos. Una que puede darle un triunfo histórico, si efectivamente consigue el desmantelamiento definitivo del programa nuclear iraní. Sin embargo, la situación no es por ahora tan clara, pues no hay certeza respecto de que Teherán, luego del ataque, no siga manteniendo parte de su capacidad nuclear. De hecho, así lo han afirmado sus autoridades, asegurando que, días antes, el uranio enriquecido que se guardaba en las instalaciones bombardeadas había sido trasladado. Y ello abre otra interrogante. En efecto, un régimen golpeado podría entender que sus únicas posibilidades de supervivencia pasan por abrirse finalmente a aceptar las condiciones de Washington. Pero no cabe descartar que la reacción sea la opuesta y que, junto con intentar atacar intereses norteamericanos, los ayatolás se lancen peligrosamente a intensificar los esfuerzos por dotarse de un arma nuclear, entendiendo que en ello se juega su futuro.
El sábado, Trump procuró presentar “Martillo de medianoche” como un evento único al que debe seguir la paz, pero nada asegura que ello ocurra ni que la reacción de Teherán no termine arrastrando otra vez a EE.UU. a una de esas “guerras eternas” que tanto han agotado a los norteamericanos y que el mandatario tanto ha declarado aborrecer.