Tratar de adivinar lo que va a hacer Donald Trump es un esfuerzo más complicado que el que hacían los kremlinólogos de la Guerra Fría, y al igual que ellos, es probable que nunca se acierte con el vaticinio. Sean los aranceles, la inmigración o la guerra en el Medio Oriente, la impredecibilidad y las sorpresas son infinitas cuando de Trump se trata. Eso ocurrió con el ataque a las plantas nucleares en Irán, que pilló desprevenidos a los iraníes y a buena parte de la opinión pública de EE.UU. y del mundo.
Igual de arriesgado es tratar de adelantar cuál será la respuesta de los dirigentes de Irán a lo que es un golpe no solo a su programa nuclear, sino a su orgullo islámico, porque este era un símbolo de resistencia de la revolución de los ayatolás contra Estados Unidos —el “gran Satán”—, contra Israel y, en general, contra todo Occidente. Los analistas bien informados están especulando sobre las distintas opciones que tiene Teherán para “vengarse” de Washington. Por ejemplo, actuar contra sus bases militares en el Medio Oriente (y sus 40 mil efectivos), bloquear la navegación por el estrecho de Ormuz (por donde pasa el 20 por ciento del petróleo mundial), ataques de los hutíes a los barcos en el Mar Rojo, otros de Hezbolá, e incluso atentados terroristas en tierras lejanas.
Teniendo en cuenta el historial de acciones iraníes en la región y el mundo (recuerde la bomba en la AMIA argentina, en 1994), no se puede descartar ninguna de esas alternativas. Las declaraciones que han salido desde Teherán han sido más moderadas de lo habitual, y no han repetido las amenazas de fuego infinito lanzadas antes de la intervención norteamericana. Pueden ser una señal de que están preparando un gran ataque. Después de todo, les queda la mitad de los 2.000 misiles balísticos (aunque pocas lanzaderas) que tenían antes de la guerra con Israel. O, por el contrario, esa relativa moderación podría significar que tomaron conciencia de su debilidad y de que, por tanto, no pueden arriesgarse a que Trump escale la ofensiva.
Lo más sensato para la supervivencia inmediata de los ayatolás sería evitar cualquier represalia militar y volver a las negociaciones bajo las nuevas condiciones, es decir, nada de acordar un límite al enriquecimiento de uranio (que no cumplieron), sino renunciar a realizar ese proceso: algo así como la rendición total que exige Trump. ¿Será posible que los iraníes acepten? Es probable que los ayatolás —con el líder supremo, Alí Jamenei, a la cabeza— se nieguen, pero la duda está en ese otro sector, el del Presidente Masoud Pezeshkian, que no es clérigo sino médico y que representaría al ala reformista, más pragmática, del régimen. ¿Quién tomará la decisión, Jamenei o Pezeshkian? Esta disyuntiva, y todo el episodio de la guerra, quizás agudice la tensión entre las facciones, provocando una crisis de proporciones —que involucraría también a las fuerzas armadas—, que desestabilice el régimen y hasta lo cambie (¿por algo peor?). Una predicción que, como otras, puede resultar totalmente equivocada.