El conflicto y sucesión entre generaciones fue un tema central en la elección presidencial previa. Para las izquierdas significó un recambio radical; el acceso al gobierno de una alianza juvenil-comunista (FA+PC), apoyada, subalternamente, por los epígonos de la generación concertacionista.
La Presidenta Bachelet, en su segundo gobierno, intentó amalgamar ambos bloques ideológico-etarios tras el programa de una Nueva Mayoría orientado hacia un modelo de reemplazo del orden neoliberal. No tuvo éxito y fue sucedida, al contrario, por un segundo gobierno de derechas presidido por Piñera, un representante generacional de la patrulla juvenil de los años 1990, algo más liberal y menos confundida con el pasado dictatorial, quien a su vez se rodeó de una nueva generación de gerentes públicos.
El actual ciclo de elecciones continúa estas trayectorias ideológico-generacionales, aunque el cuadro de las izquierdas ha dejado de definirse por el clivaje de generaciones.
Tohá es hija mayor de la familia concertacionista, familia que dejó de existir tras el primer gobierno Bachelet. Su ideología es la socialdemocracia clásica, heredada de la renovación socialista y la “tercera vía” que hoy busca reconciliar modernidad verde, cultura técnica y seguridad integral.
A su turno, Jara es la hermana mayor de las jóvenes comunistas, consciente de que en su partido pesan más la clase de origen, una trayectoria meritocrática y fidelidad organizacional. Su ideología es anacrónicamente comunista, de democracia popular y pragmatismo estratégico-táctico.
En este escenario, Winter es el único candidato subcuarenta, hijo rebelde de la Concertación contra la cual reclama desde una arena ideológica movediza: ¿continuador del Boric renacido tras el extravío de la Convención Constitucional o de un radicalismo estudiantil reverdecido?
Las derechas, en tanto, tienen sus propias complicaciones ideológico-generacionales. El sector tradicional posee también a la candidata más antigua, en constante lucha entre herencias autoritarias y neoliberales, católicas y luteranas, conservadoras y modernas, oscilando igualmente entre el voto duro de la memoria pinochetista y el voto blando de Amarillos por Chile Vamos.
Esas ambigüedades y franca indefinición la sitúan a la zaga de los liderazgos (sumables) de Kast y Kaiser, cuya impronta ideológica es más nítida, contundente, y asciende empujada por una ola global antiliberal, de nacionalismos religiosos, populistas y securitarios. Ambos K son legatarios de la dictadura, de una ideología de seguridad nacional y democracia protegida, y comparten —con matices— valores conservadores de orden, jerarquía y familia. El desafío para Matthei es que ambos, al fondo, son una versión post-Piñera de la UDI en su mejor momento.