El viernes doy una charla sobre riesgos geopolíticos. La doy en Suiza, eterno refugio de quienes intentan eludirlos. Al prepararme he confeccionado una lista.
La lista parte, claro, con las guerras: las activas, como las de Ucrania, Gaza o Irán, y otras que podrían ocurrir, en Taiwán, Corea, y tantos otros lugares. Después, ese otro tipo de guerra, la comercial, la que Trump le declaró a medio mundo.
En el trasfondo de todo, parece haberse perdido la racionalidad en la toma de decisiones. La razón ha ido cediendo a la emoción y la voluntad. De allí el brote de voluntarismos populistas, tendencia que yo pienso partió, o se agravó, con la crisis financiera de 2008, cuando se decía que habían fallado los expertos, dando lugar a que los políticos sintieran que ya no tenían que ceñirse a reglas, que ya no había impedimentos a su voluntad, por caprichosa que fuera. De allí que se fue dando un mundo más conflictivo, porque si la razón objetiva une, las voluntades subjetivas dividen.
Junto al debilitamiento de la razón se va desgastando el imperio de la ley. Hay cada vez más gobiernos con poco respeto por el derecho internacional. La ONU es cada vez menos eficaz. Habla Antonio Guterres y uno lo siente débil, cuando no irrelevante. Y dentro de muchos países los políticos desafían a sus propias constituciones. Cosa de observar a Estados Unidos o México. En Estados Unidos el presidente parece creer que el Estado es él. Desconoce acuerdos hechos por sus antecesores. Ignora a jueces. Amenaza con anular contratos con el Estado de un amigo con quien se enojó. Y en México el gobierno se apodera del poder judicial.
De un mundo que procuraba tener reglas iguales para todos los países, estamos transitando a uno en que grandes potencias como China, Rusia y Estados Unidos pretenden dominar sus “zonas de influencia” sin que las molesten. Es un antiguo deseo de Putin este mundo que retrocede a la era de los grandes imperios. A Trump parece que le gusta. A Xi Jinping para qué decir.
Pero hay más. Hay los riesgos a los que no siempre se les dice geopolíticos pero que lo son. El crimen organizado. Las gigantescas migraciones. El terrorismo. El cambio climático. Pandemias. Baja tasa de natalidad. Inteligencia artificial, que combina oportunidades con riesgos que apenas entendemos. Corrupción rampante, que mina aún más el imperio de la ley. El surgimiento de hombres fuertes con inmensa capacidad disruptiva, hombres generalmente corruptos con, a veces, graves problemas de salud mental.
Hay otros riesgos más bien económicos. Por ejemplo, la irresponsabilidad fiscal de las clases políticas. La voracidad tributaria que ocasiona. La fragilidad de importantes fuentes de valor, partiendo con el dólar, que tambalea con los caprichos comerciales de Trump, el gigantesco déficit fiscal que él parece querer aumentar, y el uso constante del dólar para congelar activos de adversarios.
En un mundo cada vez más improvisado es imposible prever qué va a pasar incluso en los próximos días. En realidad, los “hombres fuertes con inmensa capacidad disruptiva” ya no son un riesgo: son un hecho. Esta semana mandan Trump, Putin, Bibi Netanyahu y el Ayatola. ¿Serán capaces de razonar con serenidad?
¿Qué los mueve? En el caso de “Bibi”, dicen —espero que exageradamente— que la paz para él ya no es una opción, porque sin guerra su coalición se desmorona y él termina en la cárcel por corrupción. De allí su colosal apuesta en Irán, que sería también para distraernos de la matanza en Gaza y la agresión contra palestinos en Cisjordania. De Putin o el Ayatola se puede decir algo parecido: ceder en Ucrania o Irán podría ocasionar su caída.
En cuanto a Trump, su propia conveniencia es, al menos, dinámica. Felizmente parece que le gusta la paz, y por eso, no es imposible ser optimista. Mientras tanto el S&P 500 ha estado llegando a su nivel más alto de la historia.
¡Extraño mundo!