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Editorial
Lunes 16 de junio de 2025
Otra guerra en Medio Oriente
Benjamin Netanyahu solo esperó a que se cumplieran los 60 días del ultimátum que Donald Trump diera a los iraníes para firmar un acuerdo nuclear, antes de iniciar una ofensiva que parece dirigida no solo a eliminar el peligro atómico, sino a terminar con un régimen islámico que representa un desafío existencial para Israel.
En una operación planificada con gran precisión, incluso usando agentes infiltrados en Irán, los israelíes causaron grave daño a plantas nucleares, destruyeron instalaciones militares y fábricas de misiles balísticos, después de dar muerte a altos mandos de las fuerzas armadas, en un golpe que debilita las ya mermadas defensas iraníes. En un clima de incertidumbre sobre el desarrollo del conflicto, hay grave riesgo de un escalamiento que involucre a otros países de la región y a Estados Unidos, firme aliado de Israel, con incalculables consecuencias para la paz y estabilidad. Washington no parece dispuesto a frenar a Netanyahu, pero tampoco a tomar parte directa del conflicto, aun cuando Donald Trump no lo ha descartado, dependiendo de cómo evolucione la crisis. Por ahora, advirtió a Teherán que no ataque ni al personal militar ni los intereses de EE.UU.
Rodeado de enemigos, Israel ha demostrado estar decidido a usar toda su fuerza militar para resguardar su seguridad y responder a las amenazas y agresiones. Lo ha hecho con Hamas, al que prometió aniquilar después del ataque de octubre de 2023, sin miramiento con la población de Gaza, y también con Hezbolá, en Líbano, al que descabezó y redujo un arsenal de decenas de miles de cohetes y misiles que apuntaban a su territorio. Con Teherán, que nunca ha aceptado la existencia del Estado judío, ha sido más cauto, tomando en cuenta el rango de potencia regional y su fortaleza militar, desarrollando una “guerra en la sombra” que en 2024 se tornó más caliente. El programa nuclear iraní siempre ha sido una línea roja que ahora está en el centro de la crisis.
Israel no confía en que un mero acuerdo firmado con EE.UU. pueda frenar el desarrollo de una bomba nuclear, la que Teherán no estaría muy lejos de conseguir, dada la capacidad de enriquecimiento de uranio adquirida y la supuesta voluntad del régimen de obtenerla. Entonces, para un gobierno como el de Netanyahu, que pone la seguridad por sobre toda consideración, asestar un golpe mortal a la capacidad nuclear iraní es una prioridad, y, desde su perspectiva, este era un momento oportuno. Las negociaciones de Teherán con Washington no prosperaban, y el régimen estaba muy debilitado, tanto internamente, por el descontento de la población por la crisis económica, como en el exterior, donde ya no podía operar con Hezbolá y Hamas o los hutíes de Yemen. Sin embargo, para destruir totalmente la capacidad nuclear de Irán, Israel necesita a EE.UU., el único que cuenta con armamento para llegar a sus instalaciones subterráneas. Y eso, por ahora, no parece disponible.
Si destruir totalmente la capacidad nuclear iraní no le es posible, una señal de que Netanyahu persigue además otro objetivo es el mensaje que envió a los iraníes, después de la primera oleada de ataques. En un video los llamó a rebelarse, y les aclaró que la guerra no es contra ellos, sino contra líderes “que nunca han estado más débiles. Es su oportunidad para levantarse y hacer oír su voz”. El llamado es otra arriesgada maniobra del Primer Ministro israelí, que no puede anticipar en este momento las consecuencias de un colapso del régimen de los ayatolás, que podría terminar en un gran caos, del cual emergiera otro gobierno de similares características, y no necesariamente más amistoso. Una salida de este tipo no traería más seguridad a Israel. Por el contrario, podría verse enfrentado a más hostilidad regional e incluso a una guerra permanente. Y el Medio Oriente, condenado a más conflictividad.
Estudiantes cubanos contra el tarifazo
A las conocidas penurias por la escasez de productos básicos que sufren los cubanos bajo el sistema comunista heredado de Fidel Castro, se ha sumado ahora un alza de tarifas del servicio de internet que hace prohibitivo el navegar por las redes o llamar a los familiares en el exilio. En un régimen donde las protestas están penalizadas, sorprende que los estudiantes universitarios hayan sacado la voz y pararan actividades exigiendo revertir la medida. Una semana de protestas culminó en una “mesa de diálogo” que el gobierno utilizó para tratar de desarticular el movimiento con promesas de escuchar propuestas y colaborar en la solución.
Que los estudiantes, que dicen no ser “enemigos de la Revolución” ni “agentes externos”, se conformen con estas promesas está por verse, pero hay indicios de que el descontento tiene una profundidad mayor que lo expresado estas últimas semanas. Si el aumento de las tarifas se justifica por el “bloqueo” que tiene a la empresa estatal de telecomunicaciones al borde de un “desplome inminente”, según el Presidente Miguel Díaz-Canel, los estudiantes lo consideran “excluyente y discriminatorio”, y suman otros reclamos para sus manifestaciones. Rechazan la dolarización de facto de la economía, y resienten la escasez de alimentos y medicinas y la crisis energética que tiene al país sin electricidad hasta 18 horas cada día.
Algunos piensan que la movilización podría expandirse en la sociedad, en el contexto de una crisis económica que se estima peor que el “Período especial” de los años 90, tras el colapso de la URSS. Las protestas sociales cundieron a partir de julio de 2023, pero la represión ha hecho lo suyo, y los 1.158 presos políticos que aún hay en la isla les recuerdan que no es fácil lidiar con el aparato castrista institucionalizado, cuyo principal objetivo es sostener a una élite comunista que se autodesigna la representante del pueblo cubano.