En política, el discurso no solo es relato, también es poder. Y las cuentas públicas son, por excelencia, el momento donde ese poder se verbaliza. En sus cuatro versiones, Gabriel Boric ha transitado desde un apasionado dirigente universitario hacia una figura que se perfila como el principal líder de la oposición para el próximo decenio. Esta última Cuenta Pública fue su acto final en La Moneda; también, su primer acto fuera de ella.
2022: La promesa refundacional.
En su primer discurso ante el Congreso Pleno, Boric habló del cambio. Con un tono deliberadamente ideológico, prometía un nuevo pacto social, el término del modelo neoliberal y una Constitución escrita en democracia. Su discurso parecía estar en línea con el contexto país: el proceso constituyente estaba vivo, el Congreso desordenado y la ciudadanía expectante. Más que rendir cuentas, Boric trazó un horizonte.
2023: Un baño de realidad.
La derrota del Apruebo y los ya conocidos errores de gestión marcaron su segundo discurso. Boric se moderó. Ya no había promesas maximalistas, sino énfasis en preocupaciones ciudadanas: seguridad, inversión pública y la reforma de pensiones como motor de redistribución. Fue su “cuenta del giro al centro”. Aceptó las dificultades de gobernar con minoría legislativa y eligió el pragmatismo. El tono cambió: menos épica, más gestión.
2024: Gobernar es pactar.
El Boric de 2024 ya era un Presidente con cicatrices. La narrativa se volvió institucionalista. Llamó al diálogo amplio, defendió avances en vivienda y transporte, y buscó posicionarse como garante de gobernabilidad. Sin embargo, enfrentaba un país polarizado, una agenda de seguridad cooptada por la derecha y una izquierda fracturada. Esa cuenta fue la de un Presidente que entendía que, en Chile, gobernar implica hacer concesiones.
2025: El epílogo con alma de prólogo.
Este año, Boric cerró su ciclo con un discurso que combinó autocrítica, legado y proyección. Partió reconociendo errores con humildad —“he aprendido que ser Presidente no es simplemente mandar, sino escuchar, representar y corregir”—, y terminó perfilándose como un futuro referente político —“no me resigno a que el miedo y la mentira se impongan sobre la esperanza y la justicia”.
En el cuerpo del mensaje, sorprendió con decisiones de peso simbólico: anunció el cierre definitivo de Punta Peuco como lo conocemos hasta hoy, medida que toca fibras profundas de la memoria histórica; confirmó la extensiones del Metro y nuevas líneas, apostando por la descentralización del desarrollo urbano, y reivindicó avances en seguridad, protección social y crecimiento verde.
Fue, a diferencia de las anteriores, una Cuenta Pública más política que programática. Más narrativa que técnica. Boric no solo buscó defender su gestión, sino también reposicionarse ideológicamente ante su sector. No hubo ambigüedades: se paró desde la izquierda sin complejos, habló a los jóvenes, a los movimientos sociales, al progresismo que resiente los retrocesos culturales de estos años.
Las cuentas públicas del Presidente son también una historia de transformación personal: de la furia juvenil a la visión de Estado. En sus palabras finales no hubo claudicación, sino reafirmación. Si algo nos dejó claro este último discurso, es que Boric no se despide: se prepara.
Tatiana Kalima Musa