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Editorial
Lunes 19 de mayo de 2025
Trump en el Golfo Pérsico
Con una gira al Medio Oriente centrada en los negocios, Donald Trump quiso mostrar un cambio de la política de EE.UU. hacia la región. Sus discursos celebrando billonarios acuerdos comerciales reemplazaron a los de sus antecesores que defendían la democracia y los derechos humanos.
De manera explícita, Trump se desmarcó de sus antecesores, al decir que Washington ya no va a “dar lecciones de cómo vivir y cómo gobernar sus asuntos”, como lo hicieron estrategas “intervencionistas occidentales” de otros tiempos. “Demasiados presidentes de EE.UU. han estado afectados con la idea de que es nuestro trabajo mirar a las almas de los líderes extranjeros y usar la política exterior de EE.UU. para dispensar justicia por sus pecados”, pero Trump dijo que “ese es trabajo de Dios, mi trabajo es defender América y promover los intereses fundamentales de estabilidad, prosperidad y paz”.
Este enfoque, que mira solo los beneficios económicos, es criticado por analistas que consideran que el Presidente pasa por alto aspectos esenciales de la convivencia y legitima las formas autocráticas de gobierno que prevalecen en los tres países visitados. Al hablar del desarrollo y de “la gran transformación” de las naciones árabes, que no fue producto de las ideas occidentales sino de una “fórmula árabe” basada en su herencia cultural, Trump ignora las denuncias de represión de las libertades en diversos países del Medio Oriente, que han estado al centro de la política exterior estadounidense por décadas. En el caso de Arabia Saudita, se recuerda, por ejemplo, el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, en el consulado saudí de Estambul, en 2018, del que las agencias de inteligencia norteamericanas responsabilizaron a Riyad, y que motivó a Joe Biden a sostener que el reino debía ser considerado un “paria global”.
Negocios millonarios
Es evidente que Trump mide el éxito de sus iniciativas en dólares, y su gira terminó con un saldo muy positivo a favor de Estados Unidos. Al menos en el papel, porque muchos de los compromisos son a largo plazo y no se puede asegurar que se materialicen. Las cifras que Trump ha anunciado son mayores a las que luego la Casa Blanca entregó como datos duros, pero lo cierto es que se habrían cerrado acuerdos por unos dos billones de dólares. En Arabia Saudita, fueron 600 mil millones, de los cuales la mayor parte serían compras del sector defensa, para modernizar equipos e incluso lograr alguna capacidad para desarrollar proyectos espaciales.
Los data centers son otro tema importante en las inversiones. Los sauditas construirían infraestructura para ello por 80 mil millones en EE.UU., mientras Qatar hará un gran centro para inteligencia artificial en el emirato. Este proyecto es el más sensible porque involucra transferencias tecnológicas de gran importancia para el desarrollo de semiconductores, que tienen resguardos especiales para evitar que se traspasen a China. Por eso, las instalaciones serán operadas por los norteamericanos. Qatar también comprará un sistema de drones y otros equipos militares, un tema crucial en los tratos con los aliados del Golfo Pérsico, porque supone comprometer a Washington en la defensa de la región. Los Emiratos Árabes Unidos son los que menos dinero pusieron en la mesa, solo 200 mil millones, pero se negocian otros proyectos por hasta 1,4 billones de dólares.
Doble juego
Al tiempo que celebraba estos lucrativos negocios, Trump intentaba manejar las crisis de seguridad en desarrollo. Siria, Irán y las negociaciones entre Ucrania y Rusia estaban en su radar mientras elogiaba los fastuosos palacios árabes.
Y a pesar de que antes de dejar Washington había anticipado que podría levantar las sanciones contra Siria, sorprendió al reunirse con el líder de ese país, Ahmad al Shara, antes miembro de Al Qaeda y sobre quien pesa una recompensa de 10 millones de dólares. El Presidente le pidió ayuda para terminar con la insurgencia extremista islámica, lo que fue interpretado como la intención de un retiro total de las tropas norteamericanas del país.
Este acercamiento a Siria y las negociaciones para un acuerdo nuclear con Irán son muy mal vistos por Israel, que teme una eventual radicalización del gobierno sirio y tiene siempre en sus planes atacar a Irán para destruir su desarrollo nuclear. A Teherán, Trump le advirtió que debe aprobar rápido una propuesta norteamericana de la que no se conocen detalles, pero se sabe que exige la renuncia absoluta a fabricar armas nucleares. Si no lo hace, “algo muy, muy malo pasará”, advirtió Trump.
A pesar de que estos movimientos no parecen concordar con su política siempre cercana a Israel, tienen el trasfondo de la normalización de las relaciones de países árabes con el Estado judío, las que se enmarcan en los acuerdos de Abraham, firmados durante su anterior mandato con cuatro estados árabes que hoy reconocen a Israel. Trump quiere a toda costa que Arabia Saudita y ahora Siria se unan a ese acuerdo. En el caso de los sauditas, será imposible mientras no haya algún tipo de garantía de que se solucione “la cuestión palestina”, y en especial, la posibilidad de la creación de una Palestina independiente. Quizás la mención de Trump a la tragedia humanitaria que se vive en Gaza sea el preludio de una propuesta más realista que la de hacer una vibrante “riviera” en la destruida Franja.