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Editorial
Martes 22 de abril de 2025
El Papa Francisco
Su compleja visita, en 2018, terminaría marcando un momento clave para su pontificado y también para la Iglesia chilena.
Cuando apenas terminaban de repicar las campanas que anunciaban la Resurrección de Jesucristo, después de un Triduo Pascual donde el Pontífice no pudo encabezar las ceremonias conmemorativas, volvieron a doblar para anunciar la muerte del Papa Francisco, quien —en un esfuerzo mayor, dada su deteriorada salud— había entregado a los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro de Roma la bendición urbi et orbi, en un acto que ahora se entiende como una despedida.
Su pontificado de 12 años estuvo marcado por gestos de sencillez, cercanía y apertura, demostrativos de su personalidad y de los valores que relevó. Tras la inesperada renuncia de Benedicto XVI, la elección del entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, produjo sorpresa al ubicar, por primera vez, en el sitial de Pedro a un jesuita latinoamericano “del fin del mundo”. Tomando el nombre del santo de los pobres, Francisco rechazó el uso de atuendos propios de un pontífice, como los zapatos rojos, siguió usando la misma cruz al cuello y decidió vivir en la residencia Santa Marta y no en el palacio apostólico. Definió su acción misionera el esfuerzo por “dirigirse a las periferias”, donde están los más humildes y marginados.
Fue un activo viajero, como su antecesor, Juan Pablo II, en una tarea evangelizadora que lo llevó a 66 naciones en más de 40 viajes apostólicos, visitando países tan diversos como la República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Mongolia, Bangladesh y muchos otros lugares donde misioneros se empeñan en anunciar el Evangelio, muchas veces en solitario y bajo riesgo. Su primer destino fuera de Roma fue Lampedusa, donde miles de inmigrantes llegan a pedir refugio, pero se encuentran con una “deshumanización del fenómeno migratorio”, dando lugar al “naufragio de la civilización”, denunció. En un estilo directo y claro, criticó el consumismo y la inequidad y, por ello, hubo quienes intentaron manipular un mensaje que encontraba su fuente en la tradición de la doctrina social antes que en modelos ideológicos en los que se le pretendió encasillar. Muestra, tal vez, de su rechazo a esas maniobras fue el hecho de que nunca volviera a Argentina, donde el kirchnerismo realizó esfuerzos a veces burdos por aprovecharse políticamente de su figura. Francisco acogió en Roma con cordialidad a los distintos presidentes de su país, incluido a Javier Milei, a quien perdonó sus dichos en su contra. Un gesto no menos elocuente es el hecho de que el último dignatario mundial al que recibiera antes de morir haya sido J. D. Vance, el vicepresidente de Estados Unidos, un gobierno del que era sin duda distante.
Su visita a Chile, en 2018, significó uno de los momentos complejos de su pontificado, debido al manejo por la Iglesia local de los casos de abusos sexuales y a algunas de sus propias decisiones en la designación de obispos. Pero los antecedentes que fue conociendo, contenidos en el llamado “informe Scicluna”, llevarían a Francisco a dar un giro radical. Tres meses después de la visita, reconoció haber incurrido en “graves equivocaciones” e inició un largo proceso de renovación del episcopado. A la larga, la determinación con que encaró el tema de los abusos —profundizando una línea iniciada por su antecesor— y las reformas que llevó a cabo en la curia llegarían a constituir una parte fundamental de su legado. Un legado que, en lo doctrinal, queda recogido en sus cuatro encíclicas y en exhortaciones apostólicas que enfatizan aspectos esenciales del mensaje evangélico: la fe, el amor de Dios y la construcción de una sociedad más justa y solidaria, una de cuyas expresiones es también la preocupación por el medio ambiente.
Su sucesor, que será elegido por un colegio cardenalicio de gran diversidad e internacionalización, deberá profundizar lo avanzado hacia una gobernanza eclesial dispuesta a reaccionar ante cualquier abuso de sus miembros, transparente en sus finanzas y en su ordenamiento interno, donde las mujeres tienen creciente presencia y se abordan temas controversiales, como la unión civil de parejas del mismo sexo o la autorización de los divorciados a recibir la comunión. Quien lidere la Iglesia Católica, “experta en humanidad”, tiene el gran desafío de responder a las exigencias de un mundo secularizado que, sin embargo, evidencia hondas necesidades espirituales. Será en la Capilla Sixtina donde se decida quién liderará esta institución de más de dos mil años de antigüedad, que comprende una comunidad de alrededor de mil 400 millones de creyentes.