Señor Director:

Cuando Francisco hablaba, los ecos de sus palabras resonaban con fuerza mucho más allá de las sólidas paredes del Estado Vaticano. “La indiferencia es el mayor pecado de nuestros tiempos”, nos decía en una de sus célebres intervenciones, refiriéndose a la falta de empatía que reinaba en muchos cuando correspondía mirar a los más necesitados.

El legado de Francisco será estudiando por décadas. Seguirá formando parte del debate público, continuará generando reacciones de diversa índole, provocando admiración o disenso. Sus palabras, hoy ya parte de la historia de la Iglesia y de la humanidad, siempre buscaron tocar corazones, inspirar reflexiones o acercarnos con simpleza a la palabra del Evangelio. Lo que nunca lograron es generar indiferencia.

Francisco fue, es y será una gran inspiración para muchos. Enriquecedora fuente de fe y sabiduría para quienes buscamos respuestas a las grandes preguntas de la humanidad. Sencillez, humildad, coraje y humanismo marcaron su historia de vida, la que incluso en el cúlmine de su camino espiritual sorprendió al mundo escogiendo Francisco como su nombre pontificio, con todo el simbolismo espiritual que eso representaba.

Llegada la hora de su partida, se despidió de sus fieles en Domingo de Resurrección, recibiendo el afecto y cariño de miles de miembros de su rebaño, siendo el mejor testimonio de un Pontífice cercano y querido, cuyo compromiso con su Iglesia se vio fielmente reflejado trabajando hasta el último día de su vida.

En un mundo de transformaciones profundas y momentos convulsos, las palabras de Francisco seguirán resonando en los corazones de millones de fieles que nos sentimos inspirados por su mensaje. Serán además parte de la esencia con que debemos enfrentar la formación de los ciudadanos del mañana. Y con certeza, honraremos su ejemplo fijando siempre la mirada hacia quienes más lo necesitan.

Juan Carlos de la Llera Martin