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Cartas
Domingo 13 de abril de 2025
Candidato independiente se ofrece
Al escribir esto, el número de candidatos independientes a la Presidencia de la República es de alrededor de 250 personas. Esto ha inquietado a los partidos. Nos aseguran los especialistas —politólogos, abogados constitucionalistas— que los partidos son esenciales para el buen funcionamiento del régimen democrático. Es posible que así sea, pero en Chile, desde que comenzaron a formarse en el siglo XIX hasta hoy, han sido obstáculos a veces infranqueables para los presidentes, que debieron luchar contra las mismas colectividades que los llevaron al poder, con consecuencias que recayeron sobre todos los chilenos.
El problema no reside en la estructura denominada partido, sino en las personas que lo forman, en especial sus dirigentes y sus más destacados miembros, que en general ocupan posiciones importantes en el Estado. Las desgraciadas reformas al sistema electoral y a la ley de partidos políticos en el gobierno de la señora Bachelet convirtieron a estos en empresas con financiamiento estatal asegurado. Se comprende el perverso estímulo que esto ha generado en lograr el manejo de las colectividades y en la creación de otras.
En 1925, el abogado y diputado radical Carlos Pinto Durán publicó un libro después de aprobada ese año la nueva Constitución. Allí dio a conocer sus opiniones sobre los motivos que habían llevado al golpe militar del año anterior. Y al referirse al Congreso, se preguntó acerca de cuántos parlamentarios poseían la “ciencia elemental del hombre público”. Y dio su respuesta: “Quien recorra la lista de congresales de los últimos períodos podrá contar con los dedos de la mano los hombres en cierto modo bien preparados para legislar. El resto será un promedio mediocre, cuyo matiz irá de la vulgaridad al cretinismo. El resultado ha tenido que ser una asamblea carente de idoneidad mínima para despachar los asuntos sometidos a su acuerdo”. Y la consecuencia de la incompetencia de los parlamentarios eran las leyes defectuosas o absurdas. Exactamente un siglo después, se puede agregar al juicio de Pinto Durán, que se mantiene inalterable, la indisciplina de los representantes del pueblo y su afición a presentarse disfrazados en la sala, a extender lienzos con sus peticiones, a cantar, a enarbolar carteles… En otras palabras, el Congreso sin dignidad y convertido en circo pobre.
¿Y qué se puede decir de los titulares de la Presidencia de la República? Por decoro, prefiero callar. También callo respecto de la judicatura.
El profundo deterioro institucional explica la proliferación de candidatos, muchos de ellos que se presentan solo para subrayar, como broma cruel, la pérdida del respeto a los centros vitales del gobierno de la república. Y no faltan quienes se presentan permanentemente como candidatos, actividad que han convertido en una singular forma de vida.
No vale la pena insistir en el papel lamentable desempeñado por los dirigentes estudiantiles que llegaron al poder con consignas de renovación moral de la política, con nuevos valores y con claros procedimientos. Descubrieron, para su desgracia y la nuestra, la plata fácil que se les puede extraer a las generosas ubres del Estado. Así, y dejando de lado temas propiamente delictivos, en dos años, desde marzo de 2022, este gobierno fue capaz de incorporar a la administración pública 136 mil empleados, contratados o a honorarios, muchos de ellos ignorantes e incompetentes, pero muy bien remunerados. Conviene, en cambio, subrayar el triste papel desempeñado por la oposición, transformada en varios partidos que se dedican a combatirse con la misma falta de elegancia que se observa en las peleas de perros callejeros. Y, tal como ocurrió con su intervención en la Convención Constitucional, para la próxima elección presidencial está dando nuevas muestras de su inexplicable tendencia suicida.
Este indecoroso cuadro me ha llevado a considerar la posibilidad de ofrecerme como candidato independiente a la Presidencia de la República antes de que su número llegue a 300. Por mi calidad de desconocido en la política, me debo presentar. Soy de derecha, pero con toda clase de reservas sobre los partidos que dicen tener esa orientación. Tengo 88 años —debería contar con el apoyo de parte del 19,8% de la población que es mayor de 60 años—, pero estoy en buenas condiciones físicas y las mentales están mejor que las de algunos que tienen solo 39. Soy abogado con reducidísima práctica profesional, lo que en los días que corren es una valiosa recomendación. Profesor universitario por varias décadas, he estado vinculado a los medios de prensa por mucho tiempo. Conocí bien la administración pública y sé por qué funciona mal. Agrego mi condición de navegante retirado y de buen plantador de árboles nativos. Además, he escrito libros, pues pertenezco a la categoría de historiador aficionado. Y desconfío del poder y no me gusta el dinero.
¿Mi programa? No lo tengo, pues es innecesario. Solo me impulsa un propósito: tratar de que nuestro Chile recupere algo de la relativa normalidad que tenía. En otras palabras, que vuelva a ser el país medianamente decente que fue antaño. Porque no podemos acostumbrarnos a no salir a caminar a la calle al atardecer o, peor, a mediodía, por temor a ser asaltado o asesinado. No podemos considerar normal que al llegar a nuestra casa seamos víctimas de un portonazo. No podemos aceptar que los transportistas vean robados o quemados sus camiones o que no puedan desplazarse tranquilos por los caminos del país. No podemos mirar con indiferencia que los agricultores y los forestales sean constantes víctimas de ladrones e incendiarios. A nadie puede serle indiferente que los bárbaros incendien el metro, que destruyan estatuas, que incendien iglesias, que asalten y roben los establecimientos comerciales, grandes y pequeños.
No debemos quedarnos tranquilos con las permanentes muestras de corrupción y de abusos en el sector público y también en el privado. No podemos mirar a otro lado cuando son demasiado visibles las muestras de deterioro de la enseñanza, en todos sus niveles. ¿Y qué decir de las personas que deben esperar dos o más años para una intervención quirúrgica en nuestros servicios de salud? No podemos... No debemos... La lista es, todos lo saben, interminable.
¿Y cómo podríamos intentar modificar al menos en algo la actual situación? Sabemos lo que ocurre cuando no se respetan las normas del tránsito. Y diariamente estamos viendo los gravísimos problemas que se originan en nuestra patria cuando se ignoran las leyes. Es indispensable, pues, comenzar por lo más elemental: hacer cumplir las reglas. Esto significa que los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial cumplan y hagan cumplir la Constitución y las leyes, y no se sirvan de burdas maniobras para hacerles decir lo que no dicen. Que las numerosas entidades estatales —las municipalidades en primer lugar— cumplan lo dispuesto en la Constitución y en las leyes. Que los ciudadanos cumplan la Constitución y las leyes. Que los inmigrantes, que los empresarios, que los profesores, que los pescadores… ¿Qué hay leyes inconstitucionales, absurdas o francamente estúpidas? Las hay, y muchas, pero eso no exime su cumplimiento, ya que existen mecanismos legales para impugnarlas.
Si hay personas que coincidan con lo expuesto más arriba, pueden dar los pasos que exige el Servicio Electoral para inscribir mi candidatura y conseguir los 35 mil votos que me apoyen. Yo no lo haré, pues no resisto los trámites. Si efectivamente me convierto en candidato, no pronunciaré discursos, porque no soy orador ni mentiroso. No haré propaganda, porque no tengo dinero y, además, como soy feo no quiero contribuir a ensuciar más las calles de nuestras ciudades con mi imagen. No participaré en debates con los otros candidatos, porque no soy polemista y tengo una marcada tendencia a aceptar los argumentos de mis contradictores cuando considero que son sensatos. No tendré comando, por innecesario, y no recorreré pueblos y ciudades prometiendo lo imposible.
Y si llego a la Presidencia, puedo asegurar al menos cinco cosas: elegiré a mis colaboradores por su competencia y no por su orientación política; trabajaré 12 horas diarias, porque en eso tengo experiencia y lo puedo hacer; no continuaré agrandando la administración pública, porque sin partidos detrás de mi candidatura no habrá exigencia de cuotas; no viajaré fuera de Chile a reuniones inútiles en entidades internacionales o a posar ante los fotógrafos con mandatarios extranjeros, porque existe el Ministerio de Relaciones Exteriores, que tiene personal profesional para mantener la vinculación de Chile con otros países, y la última, y tal vez la más importante: por razones obvias, no me presentaré a una reelección.
P.S. Esto no es una broma.
Fernando Silva Vargas