Señor Director:

Vivir cerca de un estadio implica asumir ciertas incomodidades: cortes de tránsito, aglomeraciones, ruido, basura. Esto ocurre en eventos deportivos, musicales e incluso civiles, como votaciones. Soy vecina del Estadio Monumental y lo entiendo. Como bien me dijeron: “El estadio estaba ahí antes que tú”.

Pero desde hace tiempo, los vecinos somos testigos —y víctimas— de la impunidad con que operan ciertos barristas. Se toman calles, plazas y micros, arrebatándonos la tranquilidad. Donde antes hacíamos vida de barrio, hoy reina el miedo cada vez que hay partido.

Nuestro entorno se volvió un espacio de comercio ilegal de alcohol y drogas. Un nicho para delincuentes que desmantelan autos y usan las plazas como bares improvisados con baño incluido. Desde nuestras ventanas, vigilamos que bengalas y fuegos artificiales no incendien nuestras casas. Esperamos con temor que nuestros familiares lleguen sanos y salvos, sorteando metros cerrados y desvíos para no cruzarse con barristas.

La impunidad crece. Y mientras tanto, Carabineros observa. Las autoridades observan. Los dueños del club observan.

El pasado 10 de abril, la muerte volvió a enlutar el Monumental. Y recalco: una vez más. Porque no es la primera muerte, habitualmente las reducen a riñas entre hinchas o hechos aislados. No lo son. Es una ola que crece partido a partido. Ellos, los que dicen amar el fútbol, parecen más preocupados en marcar territorio con rayados, fuegos artificiales, residuos de consumo y con sus propios desechos orgánicos.

¿Qué más necesitan las municipalidades de Macul, La Florida y San Joaquín para actuar en conjunto? ¿Para los señores de Blanco y Negro, cuánto vale la vida de sus hinchas? ¿Cuántas muertes más necesita el Estado de Chile para aplicar sanciones ejemplares?

Sí, el estadio estaba antes. Pero no podemos seguir normalizando vivir con miedo ante cada partido, perder nuestro barrio y lamentar muertes sin que nada cambie y sin responsables.

Vanessa Fuentes Arriaza
Psicóloga y vecina de La Florida