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Editorial
Sábado 12 de abril de 2025
EE.UU., ¿daño permanente?
Los vaivenes accionarios dan la sensación de que las pérdidas de un día pueden ser recuperadas al siguiente. Sin embargo, existen crecientes señales de que el daño que se está autopropinando Estados Unidos puede ser permanente.
Lo observado esta semana en los mercados bursátiles fue extraordinario en un sinnúmero de aristas. Por su impacto instantáneo y la atención de los medios, los vaivenes en los precios accionarios en función de las noticias sobre la guerra arancelaria iniciada por los Estados Unidos recibieron titulares en todo el planeta. El derrumbe de los principales indicadores se produjo el martes, seguido por un salto histórico el jueves, luego de que desde la Casa Blanca se anunciara un período de 90 días de pausa para los aranceles de aquellos países que no hubiesen respondido con represalias. Esto, obviamente, no incluyó a China, que terminó la semana con aranceles de 145% para sus exportaciones a los EE.UU. Por su parte, las exportaciones estadounidenses al mercado chino quedaron con aranceles del 125%. Las bolsas en todo el mundo fueron golpeadas por esta escalada. La estadounidense terminó la semana con algo de alivio, pero aún muy por debajo de los niveles observados hace algunos meses. Los buenos resultados de los bancos y la posibilidad de un acuerdo entre las dos potencias estuvieron tras los números azules del cierre.
Los fundamentos económicos para el derrumbe accionario tienen dos dimensiones. En primer lugar, la significativa alza de los impuestos a los productos importados —eso es un arancel— aumentó fuertemente las probabilidades de una recesión en los Estados Unidos y recortó las estimaciones de crecimiento para China. Entonces, dado que el precio accionario refleja el resultado futuro de las empresas, la reacción bursátil era esperable, si bien la profundidad de la caída es siempre impredecible.
Y un segundo aspecto tras la reacción de Wall Street, quizás incluso más delicado, es cierta sensación de que las acciones y decisiones de la administración Trump agregan incertidumbre estructural a una institución que durante parte importante del último siglo ha sido el pilar del sistema financiero internacional. Esto explica los distintos comentarios de los agentes de mercado, en cuanto a que las empresas estadounidenses estarían poniendo en pausa decisiones de inversión. El impacto de ello en los próximos meses (particularmente en septiembre, cuando se renuevan los contratos) podría golpear el empleo. Y si se agrega el derrumbe en el sentimiento de los consumidores conocido este viernes, que reporta mensualmente la Universidad de Michigan, y las expectativas de inflación para los próximos 12 meses (6,7%, según la misma fuente), las dudas se acumulan.
La esperanza es que pronto se den a conocer avances en las negociaciones —ojalá acuerdos— entre Estados Unidos y un número importante de países (incluyendo China). Esto podría bajar la incertidumbre.
¿Quién salió a vender bonos del Tesoro?
Pero las dudas respecto de EE.UU. tuvieron una segunda manifestación esta semana: el comportamiento de las tasas de interés “largas” (10, 20 y 30 años) asociadas a los bonos de su deuda.
Típicamente, en un país desarrollado, un mayor riesgo de recesión está asociado con una caída en las tasas largas de su deuda pública (equivalente a un aumento en el valor de esos instrumentos). Esto se produce por la demanda de los agentes que buscan refugio en activos seguros frente a potenciales caídas de las acciones. En el caso de EE.UU., además, una caída de esas tasas es particularmente conveniente, dado su alto endeudamiento.
Pero lejos de aquello, la presión sobre dichas tasas durante gran parte de la semana fue en la dirección contraria. Y si en las primeras horas del lunes el bono del Tesoro a 10 años se transaba en niveles cercanos al 3,9%, tanto el miércoles como el viernes superó el 4,5%. Este inusual aumento en la tasa se explicó por la inédita magnitud que alcanzó la venta de estos instrumentos, en un mercado que define los precios de equilibrio de US$ 29.000.000 millones en deuda estadounidense.
Lo anterior multiplicó las interrogantes sobre el origen de esas ventas. Un primer “sospechoso” fue China. El país asiático posee unos US$ 769.000 millones de deuda federal estadounidense. En principio, se planteó, una venta masiva, si bien implica una pérdida patrimonial para China, podría significar también un efectivo contraataque frente a la escalada arancelaria del Presidente Trump. A esta hipótesis se sumaría luego la posibilidad de ventas de un origen más técnico (margin calls) y la tesis más delicada: sencillamente, un cambio en las preferencias de los agentes de distintos países respecto de la percepción de seguridad que ofrecen los instrumentos de deuda federal de los Estados Unidos. Como sea, tanto el tono de Trump como el de su secretario del Tesoro, Scott Bessent, cambiaron notoriamente ante el fenómeno.
Una segunda señal de preocupación respecto de un cierto distanciamiento de los agentes económicos es la pérdida de valor del dólar. Esto, pues la irrupción de los aranceles debería haber llevado a su apreciación respecto de otras monedas, pero en la práctica se ha visto un cambio en la dirección contraria (durante abril, el Índice Dólar ha caído cerca de un 5%). Ello ha abierto nuevamente la discusión respecto de si existe otra moneda que pueda sustituir al dólar estadounidense como la divisa de reserva del planeta. Y si bien esto aparece como una opción lejana, seguramente estará en el debate de los próximos meses.
Así, tanto el comportamiento de los bonos como el del dólar agravan el complejo escenario coyuntural observado en las bolsas. Con los aranceles no solo se puede estar afectando el desempeño de los EE.UU. el 2025, sino también su futuro como el refugio seguro del planeta. Esto debería obligar a la administración Trump a ser mucho más cuidadosa en sus decisiones de política.