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Editorial
Sábado 07 de diciembre de 2024
Nuevo estadio de la UC
Solo el establecimiento de alianzas y auspicios hace posible una obra como esta.
Los avances en la construcción del nuevo estadio de fútbol de la Universidad Católica marcan un hito en el manejo de los clubes nacionales desde su conversión a sociedades anónimas deportivas, hace casi veinte años. La transformación legal de los clubes se justificó a partir de la necesidad de profesionalizar su gestión en el deporte más popular del país, así como de impulsar gobiernos corporativos más transparentes. Por cierto, la experiencia no ha estado exenta de dificultades, y en algunos casos ha debido enfrentar resistencias y una compleja relación con los clubes originales. Suele olvidarse, sin embargo, los avances que la normativa ha significado en materias que van desde la regularización de pagos a los deportistas hasta el mejoramiento de la infraestructura.
El caso de Cruzados —la sociedad anónima que gestiona la rama de fútbol del Club Deportivo UC— ha sido uno de éxito. Más allá de los logros deportivos alcanzados —por cierto, fundamentales cuando se trata de la alta competencia—, el buen manejo corporativo, en coherencia con los valores de la universidad, ha mostrado que ambos principios sí son compatibles. La remodelación de su estadio de fútbol, que en los hechos representa la construcción de uno nuevo, con estándares únicos en Chile, constituye un logro emblemático en materia de gestión deportiva.
En efecto, no es fácil la construcción de una obra así por parte de privados, como lo demuestra la realidad de otros clubes. Los recursos necesarios para llevarla a cabo son cuantiosos y difíciles de levantar. Por ello, es virtualmente imposible avanzar en estas grandes obras de infraestructura sin establecer alianzas y conseguir auspicios. La realidad de muchísimos clubes de fútbol en las principales ligas del mundo así lo demuestra. Incluso en el mundo universitario ello también ocurre y algunos de los más prestigiados planteles del orbe modifican o complementan el nombre de sus facultades y cátedras como resultado de importantes donaciones.
Por ello, en el caso de la UC, el cambio de nombre del antiguo San Carlos de Apoquindo a una nueva denominación corporativa —que ha motivado algunas reacciones por parte de hinchas históricos— no debe sorprender. Ello no representa un sacrificio de su marca ni de sus valores fundamentales. La alternativa de mantener una infraestructura obsoleta y de pocos recursos podría tal vez satisfacer a algunos críticos en el corto plazo, pero significaría impedir avances imprescindibles para seguir desarrollándose en un nivel de excelencia. Esto también forma parte de los principios de un importante club como la Universidad Católica.