“¿Qué pasa ahora, Matías? ¡Siempre pasa algo!”
La crítica frase dicha por Marcelo Bielsa durante el 4-0 con que Chile le ganó a Bolivia en Santiago en las clasificatorias para el Mundial de Sudáfrica 2010 quedó para la historia.
Aunque hay dudas si el destinatario era Matías Fernández, el talentoso mediocampista de esa selección, o alguien homónimo (al parecer, un médico), la reprimenda apuntaba a lo mismo: la indignación por las excusas, los pretextos y los peros.
Una historia conocida en Chile: cuando todo parece ir bien, el diablo mete la cola y hace trastabillar al destino. Y ahí surgen las justificaciones de todo tipo.
El discurso del Presidente Gabriel Boric en la Enade 2024 me recordó esta anécdota de Bielsa. Su alocución fue un cúmulo de declaraciones de buena crianza, pero que están condenadas a madurar sin dar frutos.
Porque, al igual como le recordaba Bielsa a Matías hace 15 años, siempre pasa algo. A este Gobierno normalmente le pasan dos cosas igualmente graves. La primera es que los dichos no se condicen con los hechos. La segunda es que el Presidente cambia de opinión según la audiencia a la que le hable. Y, al final del día, sus convicciones no son más que un estado de ánimo.
“Sobre el crecimiento, que me parece que es tan importante, quiero ser claro. Porque sé que no basta con que uno diga que es importante si no te creen al frente que uno cree que es importante”, reflexionó el mandatario. Y remató: “El crecimiento es importante sin peros”.
Como declaración de intención y hoja de ruta no puede haber algo mejor. El problema, y este es precisamente uno de los lastres que afectan al Gobierno en sus 25 meses de vida, es que esas mismas palabras no comulgan con la realidad. Porque no es consistente que el mismo Presidente que profetizó que Chile sería la tumba del capitalismo ahora pregone las maravillas que ofrece el crecimiento económico.
Dejando de lado las anécdotas —donde los “Narbona y Craig” y “paguen mejor” se cuentan como las últimas estaciones desafortunadas de esta ruta—, los dos principales nubarrones de incertidumbre que han vivido los empresarios en los últimos años han sido el proceso constitucional y el tándem de reformas previsional y tributaria. Y en ambas materias la posición que ha tomado el Gobierno ha estado lejos de ser procrecimiento.
La Convención Constitucional le propuso al país un camino directo al despeñadero. Y el Gobierno no solo ayudó a pavimentar esa ruta, sino que le puso una señalética con luces de neón, lo que afortunadamente fue descartado por la mayoría de los chilenos. ¿Era esa propuesta una fórmula que ayudaba a crecer más? La pregunta ni siquiera merece respuesta.
Lo segundo son los cambios de opinión. Cambiar de opinión no es necesariamente un problema. Al revés, muchas veces resulta imprescindible a la luz de la nueva evidencia. Pero sí lo es —y con mayúsculas— cuando el cambio de una vereda a la otra ocurre en temas de fondo.
¿Un cambio de opinión sobre un marco regulatorio, un aspecto reglamentario o un ajuste normativo? No hay ningún problema. Pero un giro copernicano en aspectos estructurales de la existencia y de la contingencia no son solo inentendibles y generan suspicacias, sino que pueden llegar a poner en duda la real capacidad de una persona de ejercer un cargo.
No se puede ser un día de Colo Colo y al otro de Universidad de Chile (aunque Piñera estuvo bastante cerca). Ni tampoco se puede, al menos en política, ser uno y trino al mismo tiempo.
La cantidad de temas —y la relevancia de ellos— en los que el Presidente ha cambiado de opinión debería dejar perplejo a cualquier observador independiente: la licitud del octubrismo, el rol de los medios de comunicación, el uso legítimo de la fuerza de Carabineros, el legado de los 30 años, la conveniencia de los retiros previsionales, la visión sobre La Araucanía, la importancia del crecimiento, la vitalidad del capitalismo, la función social de la empresa privada, la figura de Piñera…
En todos ellos, el giro ha sido del cielo a la tierra. O viceversa. Entonces, ¿debe el sector privado generarse grandes expectativas a partir del discurso del Presidente en la reciente Enade? Mi pronóstico es reservado. Al revés, veo mucho más probable que en un par de semanas o meses volvamos a acordarnos de la pregunta que hizo Bielsa esa noche de junio de 2009: “¿Qué pasa ahora, Matías? ¡Siempre pasa algo!”